"A veces necesitamos a alguien que esté ahí.
No para arreglar algo en particular
sino para sentirnos queridos y contenidos”.
Anónimo
Estamos inmersos en medio de una cultura en la cual el valor está en producir y agotar los recursos al máximo, no importando si son recursos materiales o humanos, enfocándose en ser ganadores y en los líderes del mañana, incluso, a acosta de pasar por encima de los demás. Se deja al otro desvalido y desvalorizado, sin embargo, esto también deja como consecuencia en la soledad a todo sujeto enfocado o concentrado en obtener ese “éxito”.
Difícilmente se hace comunidad. Algunos grupos o subculturas aparecen, pero en oposición de otros grupos que, entre sí, buscan aniquilarse dejando al sujeto en la soledad y en medio de discursos de odio y miedo. Bajo estas condiciones existe una fuerte dificultad para acompañar y acompañarse de otros, imposibilita escuchar y respetar lo diferente. No es de extrañarse que la depresión haya aumentado en los últimos años, siendo un padecimiento característico de las ciudades industrializadas.
Además de cuestiones externas que dificultan el acompañar, existen situaciones personales que complican el que logremos prestarnos a escuchar a los demás, esto puede ser desde la rutina diarias, el ritmo de vida, los quehaceres, las responsabilidades en general, que son argumentos bastante reales y lógicos. Sin embargo, también hay otras cosas más internas, por ejemplo, estamos más listos para la competencia, que para prestarnos para escuchar las diferencias, el dolor de los demás, los triunfos de otros, los desacuerdos, etc. Igualmente, el escuchar genera angustia, una angustia que mueve lo profundo de nuestro ser, remueve recuerdos. Escuchar-nos reta a cuestionarnos, dado que pone a prueba nuestra experiencia frente a determinado problema, puesto que dicha experiencia en muchas de las ocasiones puede resultar de poca ayuda para otra persona: otra persona con otras circunstancias, otros recursos, otras experiencias y caminos, con otro mundo interno.
En muchas ocasiones hemos visto, vivido o ejercido el abandono frente a una situación complicada. Ante esto hay que preguntarnos los porqués de estas reacciones. Como se mencionó anteriormente, la depresión se ha tornado un padecimiento característico de la actualidad, así como también los suicidios han ido en incremento en los últimos años, un factor relacionado puede estar en la falta de acompañar y escuchar. Sin embargo, cuando hablamos de estas dos situaciones (depresión y suicidio), nos pone de frente con la muerte, un tema que desde luego puede resultar angustiante y dicha angustia genera que adoptemos distintas posturas para defendernos de la misma desde evadir, huir por miedo, mantener una actitud de incomprensión o buscar callar a quien sufre de tristeza ya sea a través de devaluar la circunstancia que le duele, aconsejarle en un intento de que la persona cambie de “mentalidad” : “¡no estés triste!”, “¡hay que echarle ganas!”.
Si logramos identificar complicaciones para lograr escuchar a los demás o a nosotros mismos, es necesario acudir con atención profesional. El escuchar y acompañar sin un juicio de por medio refleja madurez para responsabilizarnos de lo que sentimos y para aceptar al otro individual y diferente, así como también transmite confianza en que la persona a quien se escucha logrará sobreponerse a lo que le acontece. Tal vez el escuchar(nos) y acompañar facilite el paso de muchos problemas emocionales y sociales que actualmente nos aquejan.
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