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Artículos sobre Ayuda Psicológica

  • 17 oct 2024
  • 2 Min. de lectura

¿Te ha pasado que es hora de ir a la escuela y tus #hijos dicen: “es que no quiero ir a la escuela hoy”, o del mismo modo: “es hora de bañarse”, y tu hijo dice “no me quiero bañar?". Estas cosas suceden mucho cuando tus #hijos son niños y adolescentes.


Hacer la tarea

Claro que a los niños les gustan las actividades agradables y divertidas y buscan que sus padres les eviten cualquier situación desagradable o aburrida. Cuando los padres piensan que arreglándoles la vida a sus #hijos les hacen un bien, es todo lo contrario, los están afectando, porque les están evitando que aprendan de esas situaciones y tengan sus propias experiencias.


Los siguientes tips te ayudarán a manejar mejor con tus #hijos sus obligaciones:


  • Asignale deberes a tus #hijos de acuerdo a su edad. Independientemente de la ayuda doméstica que se tenga en casa, hay que asignarle a tus #hijos deberes en casa, además de los de la escuela. Cosas como tender su cama, sacar la basura, lavar los trastes, doblar y guardar la ropa, mantener en orden su cuarto, guardar sus juguetes, etc.

  • Supervisar y revisar las tareas de la escuela. En este punto es muy importante que dejes que tus #hijos hagan por sí mismos las tareas y trabajos y que no se las hagas tú. Porque así va obteniendo seguridad y responsabilidad.

  • Márcale horarios a tus #hijos a través de una rutina. Las rutinas les dan contención y estructura a la vida del niño, quién se encontrará más relajado cuando hay un horario para levantarse, comer, ir a la escuela, hacer tareas, jugar, bañarse y dormir. Claro que podemos tener cierta flexibilidad de acuerdo a ciertas situaciones pero es muy importante crear un hábito, por ejemplo: “todos los días al levantarte hay que tender la cama, sin falta”. Cuando son niños pequeños podemos marcar la actividad con alguna canción.

  • Al crear un hábito, lo estamos ayudando a desarrollar su autodisciplina. Que lo haga por él mismo, sin que nadie le diga que lo haga.

  • Hacerle saber a tu hijo que si no hace lo que le toca hacer va a ver una consecuencia. Porque los deberes se tienen que hacer. Puedes decirle: “hay cosas que no nos gustan hacer, pero hay que hacerlas”.

  • Enseñarles que primero es la responsabilidad y luego la diversión. Por ejemplo, les puedes decir a tus #hijos: “No me gusta lavar, pero lo tengo que hacer sino no tendrán su ropa limpia y luego qué se van a poner, entonces manos a la obra pero después de que todos terminemos nuestros deberes podemos ir al cine.


Es importante que tus #hijos entiendan que no todo en la vida es placentero y fácil, pero aún así hay que hacerlo.


Ayuda mutua

¿Quieres saber más acerca de este tema?, acércate a un psicólogo, toma terapia o toma sesiones para padres, porque nadie sabemos cómo ser padres y madres, sólo conocemos la forma en que nos educaron a nosotros.


Acércate a los especialistas, no te vas a arrepentir de tener una mejor relación con tus #hijos, hijas y con tu pareja.


Psic. Rocío Argüelles.

 

 

 

 


Es común que los padres de familia presenten dificultades para hablar con sus hijos adolescentes y tener una convivencia amena, esto es debido a múltiples factores que interfieren en la dinámica entre padre e hijo. La etapa de la adolescencia se caracteriza por un periodo de transición importante en el que la persona se encuentra en un proceso de desarrollo físico y mental, que lo lleva a experimentar cambios notorios en la apariencia, altura, peso corporal, pero también lo relacionado con la personalidad, manera de pensar y la expresión de sus emociones y sentimientos. El joven de manera progresiva comienza a identificar dichos cambios entre aproximadamente los 11 y 12 años de edad (algunos antes, otros después), y se comienza a suscitar lo que llamamos un proceso progresivo de crisis debido a que se empieza a dejar de lado una serie de hábitos propios de la niñez, para ir asimilando nuevas conductas y roles que acercan a la persona a insertarse en la sociedad como individuos capaces de generar una influencia mayor. Los jóvenes adolescentes se dan cuenta del poder de opinión que van adquiriendo, la confianza que van ganando dentro de sus familias para asumir tareas y responsabilidades nuevas, observan la modificación de su tono de voz y el desarrollo de su cuerpo, así como el incremento de intereses y el aprendizaje debido a nuevas experiencias. Evidentemente, no podemos encasillar la adolescencia, ni ninguna otra etapa del ser humano, en un proceso rígido de tiempo y sucesos, ya que cada persona se desarrolla a un ritmo diferente, siendo así que habrá adolescentes a quienes les cueste todavía mucho más trabajo el familiarizarse con nuevas actividades, obligaciones, o incluso aceptar la pérdida que significa el dejar atrás el rol de la infancia.

 

Quiero plantear el concepto de “cambio”, como un evento en la vida del adolescente que no es inmediato, no ocurre de forma repentina, no solo lo involucra a él/ella sino a todos los personajes alrededor suyo, entonces este “cambio” representa una evolución paulatina de varios y distintos elementos que componen a la persona en cuestión. Por lo tanto, es natural que los padres y sus hijos tengan complicaciones para comunicarse debido a que el “cambio” no solo influye en la vida del joven, sino que también representa un proceso de adaptación de los padres quienes pueden preguntarse, ¿ahora cómo me dirijo a mi hijo/a si inmediatamente se molesta o se fastidia conmigo?, ¿qué es lo que le gusta hacer?, ¿por qué lo noto decaído o abrumado la mayor parte del tiempo?, por qué no me habla y juega conmigo como solía hacerlo cuando era un niño/a?. Estas y muchas otras preguntas pueden aparecer al momento de tratar sobre la comunicación y la interacción entre padres e hijos adolescentes, sobre todo cuando en dicha relación existen conflictos no resueltos, problemáticas a las que no se les da lugar, inquietudes que se deciden ignorar, y sentimientos que no se atreven a reconocer. A lo largo de este artículo, hablaremos de estrategias y condiciones que ayudan a fortalecer los lazos entre padres e hijos/as, así como problemáticas futuras que se generan cuando los miembros de la familia no hacen nada para ser partícipes en dicho “cambio”.

 

¿Cómo quiero llevarme con mi hijo/a adolescente?, ¿cómo quiero que se comporte?

 

Imaginemos que estamos en un contexto nuevo para nosotros, nos integramos a un lugar desconocido (escuela, trabajo, grupo), de pronto se acerca una persona y se presenta, nos da la bienvenida y nos comienza a explicar datos y detalles importantes del lugar en donde estamos, de lo que se hace y de quien es él. Obviamente habrá algunas personas que, por su manera de ser, conecten de inmediato en una conversación con un desconocido, habrá otros que se reserven hasta generar un nivel de confianza adecuado, lo interesante es que en cualquier caso necesitamos desarrollar ese nivel de confianza para poder sentir que tenemos una convivencia natural y fluida, para poder decidir si nos sentimos a gusto en la conversación y permitir a esa persona nueva entrar en nuestras vidas. Quiere decir que el trabajo de la confianza es un proceso que se gana, no solo la adquirimos, sino que también la brindamos al otro, porque así como podemos apreciar que una persona nos hable de sus experiencias y nos informe de sí mismos, agradecemos que podamos sentirnos escuchados y que se nos otorga un espacio para expresar lo que pensamos. La comunicación es una forma de interacción que permite a las personas generar un vínculo con los demás, si no existe algún tipo de comunicación, difícilmente lograremos integrarnos de manera fuerte con otros, por lo que es necesario que para generar un ambiente de coexistencia agradable, ameno, útil, efectivo, cálido y sano, se lleve a cabo un nivel de comunicación óptimo.

 

Cualquiera podría pensar que el padre y su hijo adolescente, no son personas extrañas, que por el contrario son dos personas que se conocen muy bien y que se aman, que han compartido por años un lazo estrecho, familiar, único e inigualable. Yo propongo que nos preguntemos, ¿de verdad esas dos personas se conocen?, si entre padre e hijo/a existe en esa etapa de su vida un conflicto evidente, nos podemos preguntar ¿realmente ambos conocen los intereses de uno y del otro?, porque de esta manera lograremos tener un punto de partida para conocer el origen de un conflicto, disipar dudas, advertir que nos equivocamos en el trato que ofrecemos a los hijos, identificar temores e inseguridades, fortalecer el vínculo fraternal, y así, el padre/madre participa activamente en el proceso de “cambio” de su hijo/a.

 

Los padres generalmente llegan a conducirse con la inercia de la rutina cotidiana, son tantas las ocupaciones, las deudas, los compromisos laborales y familiares, los problemas de salud, etc, que se transforman en situaciones que no nada más producen estrés, sino que también representan obstáculos en la comunicación con los hijos. Si a esto sumamos la apatía que de pronto llega a desarrollarse en los padres ante la necesidad de hablar y acercarse íntimamente a los hijos, descubrimos un fenómeno que se vuelve cíclico porque la comunicación estropeada limitará la generación y mantenimiento de la confianza entre ambos, por lo tanto, el/la adolescente incrementará sus deseos de permanecer apartado, crecerá el sentimiento de aislamiento, abandono, rechazo e incomprensión; por consiguiente, en los padres se desarrollará un sentimiento de fastidio, incertidumbre, desgano, se tenderá a obviar las razones del comportamiento de los hijos, y se clasificará al joven como inmaduro, grosero, malagradecido, con el tipo de frases como “¡es que no sé qué le pasa a mi hijo/a, antes era muy cariñoso conmigo, ahora se la pasa en su cuarto encerrado, en la hora de la comida no nos cuenta nada, y siempre anda con su cara de pocos amigos!”. Por favor no olvidemos lo siguiente, es muy importante que no ubiquemos a alguno de los participantes en cuestión como el culpable, como la víctima, como la persona que trata de boicotear el proceso de comunicación e interacción; es preferible percibir que la convivencia entre padres e hijos necesita que todos asuman una responsabilidad, un papel activo, una aportación a su nivel y posibilidades, lo cual quiere decir que una comunicación efectiva y sana no necesariamente implica charlar eufóricamente y de manera prolongada, no quiere decir que todos en todo momento deban mostrar una cara sonriente y benevolente, no debemos olvidar que comunicarnos con nuestros hijos implica saber que en ocasiones las personas presentamos emociones displacenteras, a veces la comunicación amerita que respetemos que el otro no tiene ganas de hablar o que se siente avergonzado y triste, porque entonces reconocer esto es dar lugar a los sentimientos y eventualmente retomar el acompañamiento para brindar el apoyo que sea necesario.

 

Pero entonces, ¿Cómo me acerco a mi hijo/a?, si todos los días le pregunto cómo está, si ya comió, el cómo le fue en la escuela, etc. Hay padres que agotan rápidamente las posibilidades de comunicación y consideran que han hecho lo suficiente al cubrir las preguntas y temas habituales del día, esto es uno de los factores que abona dificultades para generar un acercamiento, debido a que la obviedad produce en el hijo/a una percepción de desinterés hacia sí mismo, invita a saber que a los padres se les puede responder con respuestas cortas de afirmación o negación. El abordaje del padre no debe limitarse a preguntas cotidianas y despersonalizadas, ya que es importante que si queremos saber cómo está nuestro hijo/a, podamos acercarnos con temas específicos, por ejemplo: “¿cómo te fue el día de hoy?, me platicaste que tenías un examen muy complicado?”, “¿te gustó la comida? Fíjate que la preparé así, aunque se que prefieres otros platillos, pero quería que probaras este, ¿qué le cambiarías?”, “hace rato te noté triste, y me acordé que me comentaste que tuviste un problema con tu amigo, ¿será que esa situación te tenga desanimado? ¿te gustaría si me siento contigo para que me cuentes al respecto?”. En estos ejemplos simples podemos observar que la pregunta de los padres no se limita a un interrogatorio básico y cerrado, sino que propone un tema a abordar y añade particularidades de los hijos, lo cual conlleva a que se fomente un intercambio de ideas, se le invita a los hijos a brindar una explicación y a expresar lo que sienten pero de manera específica, porque de esta manera si los hijos perciben el interés de los padres y su colaboración ante sus problemáticas, fácilmente se generarán respuestas cargadas de afecto, siendo incluso posible el notar el entusiasmo por contar lo que acontece en sus vidas.

 

Estrategias para favorecer la comunicación.

 

Ningún método es infalible y tampoco existe una guía concreta que de manera rigurosa produzca un efecto positivo en la comunicación, ya que al tratarse de relaciones humanas tenemos que considerar la singularidad de los individuos, lo que quiere decir que para mí algo puede significar mucho, pero no lo mismo para otros. Sin embargo, la comunicación entre padres e hijos si requiere analizar el nivel en el que esta se suscita, poder darnos cuenta que nos estamos alejando de los hijos muchas veces sin tener la verdadera intención, en algunas ocasiones por priorizar otros asuntos y otras veces por ignorar lo que está ocurriendo. Al respecto quiero proponer unos puntos importantes a tomar en cuenta al momento de intentar comunicarnos con nuestros hijos adolescentes:

 


1.- Los padres pueden conocer los intereses de los hijos. Muchos padres brindan a los hijos las oportunidades de estudio, deportivas y recreativas, pero no se involucran en cómo los hijos se desarrollan en las mismas. Es importante generar un espacio en el que nos interesemos en la experiencia que los hijos puedan contar sobre un partido de futbol, sobre el nuevo disco de música de su artista favorito, acerca del programa de televisión que están viendo, conocer la opinión que tienen sobre problemáticas sociales, invitarlos a desahogar sus sentimientos por la partida de un ser querido, y fomentar su participación y opinión sobre decisiones familiares.

 

2.- Los padres necesitan evitar demeritar el valor de los hijos, cuando estos cometen un error. Cuando los hijos se equivocan, muchos padres los reprenden de una manera intensa, pero esto se convierte en un acto punitivo y vengativo, en lugar de una intención correctiva y orientadora, de modo que dicha intervención elimina la confianza y aleja a los hijos. Es importante tomar en cuenta que un error no define la identidad o el valor de las personas, siendo necesario entonces tener cuidado con el tipo de lenguaje que utilizamos al realizar señalamientos hacia los hijos. No es lo mismo señalar “¡Reprobaste el examen, siempre te pasa lo mismo, las matemáticas de plano no te entran, ni para qué me esfuerzo en pagarte la escuela si no eres capaz de aprovecharla, no vas a lograr nada!”, en este ejemplo observamos un señalamiento que generaliza la capacidad del hijo/a de manera negativa, además de advertir enojo en el padre, se aprovecha la ocasión para lanzar comentarios, que sin utilizar palabras altisonantes, resultan hirientes. Distinto es intervenir de la siguiente manera “reprobaste el examen, ¿qué crees que te haya faltado?, si estás teniendo complicaciones para entender un tema o procedimientos matemáticos tal vez necesitemos buscar alguna asesoría. Me preocupa que sea tan seguido que tengas notas bajas en matemáticas, pero vamos a encontrar la manera de que logres comprender el contenido del curso. Comprendo que las matemáticas se te dificultan, pero veo que se te facilita la biología y la historia”. Aportar el reconocimiento de las fortalezas de los hijos y centrarnos en la búsqueda de soluciones más que en la reprimenda, ayuda a incentivar hábitos funcionales y equilibrar su estado de ánimo.

 

3.- Los padres tienen derecho a molestarse con las actitudes irresponsables, indisciplinadas o comentarios ofensivos de los hijos. Así es, una comunicación sana no está exenta de reconocer los sentimientos de los padres y de los hijos. Me refiero a que no podemos pretender que no ocurre nada cuando los hijos actúan de una manera irresponsable, ponen su vida en riesgo, o atentan contra los intereses propios, de la familia o terceros. En la medida en que se logra una integración y convivencia armónica entre padres e hijos, los momentos en los que se tenga que enfrentar errores o comportamientos indeseados, se podrá permitir una intervención que busque corregir. Quiere decir que los padres tienen el derecho y obligación de hacer ver a los hijos sobre una conducta errónea, sin la necesidad de expresar comentarios ofensivos, despectivos o utilizar agresiones físicas, porque todo esto último impide que el vínculo permanezca estrecho, y por el contrario se generan repercusiones importantes en los hijos en temas de autoestima, seguridad, confianza, sentido de pertenencia, etc.

 

4.- La vida de los hijos, no es la segunda oportunidad de los padres. En algunos casos se comete el error de querer guiar a los hijos mediante imposiciones, las cuales provienen de deseos frustrados de los padres respecto a sus propias experiencias de vida, esto conlleva a que los padres vean a los hijos como una pantalla para proyectar anhelos no cumplidos considerando que son buenas intenciones, por eso escuchamos ideas como “mi hijo va a estudiar la carrera de leyes porque yo siempre quise ser abogado y eso le vendrá muy bien” o “mi hijo tiene que cuidarme a mi cuando yo sea un anciano, siempre le digo que al día de hoy yo lo cuido, pero que en un futuro tendrá que hacer lo mismo para mí”. Imponer una ideología, obligar a los hijos a actuar de determinada manera, condicionar el apoyo a una retribución a futuro para los padres, son aspectos que no solo afectan la comunicación, sino que también impactan a nivel psicológico en los adolescentes. Es necesario entonces que la comunicación sirva como un medio de expresión, no solo de los padres, ya que lo hijos adolescentes también tienen el derecho de externar sus intereses y recibir una guía y acompañamiento que les brinde soporte, que aclare sus dudas y que sirva de ayuda para investigar sobre la vida. Tanto padres e hijos pueden externar lo que esperan unos de otros, y así construir juntos un lazo familiar que los distinga sin caer en la repetición de patrones nocivos.

 

5.- No todos los momentos son los ideales para hablar. Hay lugares y momentos que se prestan y se antojan para tener una plática profunda, son situaciones que posibilitan el hablar de temas importantes, de asuntos que inquietan a los hijos y los padres, de aspectos que resultan vergonzosos o que requieren de privacidad para los participantes; así también, hay temas que son íntimos, requieren su tiempo para ser procesados en la individualidad de cada persona, y que primero ameritan de un desahogo. Me refiero a que tenemos que tener cuidado cuando queramos hablar con los hijos porque muchas veces se pretende hacerlo en lugares públicos o con personas presentes que no deberían atestiguar la conversación, aunado a que hay problemáticas que los hijos tienen que de inicio les resulta más cómodo atender con sus iguales o reflexionarlos ellos mismos, por lo tanto los padres requieren comprender que muchas veces un tema triste o difícil, que se observa ante la renuencia de los hijos para hablar, se aborda primero con la presencia, con la cercanía física y cálida, a veces también con la posibilidad de brindar un espacio de privacidad, y posteriormente una postura de escucha atenta y comprensiva.

 

Finalmente, es importante considerar que la psicoterapia individual y de familia, ayuda a generar un análisis que esclarezca los motivos que originan las fallas en la comunicación entre padres e hijos, además de que mediante la atención psicológica se logra atender los síntomas que puedan estar afectando la calidad de vida de padres e hijos. Por lo tanto, la comunicación abierta y fluida también permite identificar cuando es necesario solicitar ayuda de parte de profesionales de la salud mental; e incluso el que las personas adviertan que los conflictos que tienen con sus hijos han terminado por rebasar el límite de la paciencia y la estabilidad emocional, también es un indicio que marca la pauta para solicitar apoyo profesional.             

 














Lic. José Ruy García

Psicólogo clínico

Asociación Libre Monterrey

 

     

 


Una mano sosteniendo  un cerebro.
La psicología es la ciencia que estudia los procesos mentales, emocionales y comportamentales del ser humano, y ayuda a entender múltiples interrogantes de la vida de las personas.

Es muy común que las personas tengan una duda genuina sobre el quehacer de los profesionales de la salud mental, ya que un punto importante es que la población generalmente suele desatender cuestiones de salud física, y más aún se le resta peso a la importancia del bienestar emocional y psicológico. Afortunadamente, cada vez más en la población mexicana se va reconociendo esa necesidad de atender las cuestiones psicológicas al identificar que muchas de las causas de los malestares que una persona padece, tienen un componente psicológico o una repercusión no solamente al cuerpo sino a nivel comportamental y afectivo. En este sentido, la falta de información o el desprendimiento cultural de los temas de salud mental generan dudas respecto al trabajo que realizan los especialistas y la capacidad que poseen para ayudar a una persona a resolver una serie de patologías y conflictos internos, de tal manera que la desinformación promueve el que las personas busquen atenderse a través de métodos que no cuentan con una validez científica y teórica, y mediante creencias supersticiosas que utilizan actividades bajo fundamentos irracionales y corazonadas, por lo que se vuelve riesgoso para la persona el hecho de que no exista un control y sustento del tratamiento que reciben al ser posible que este se base en el seguimiento de consejos o la sugerencia de conductas que de pronto puedan resultar nocivas para quien recibe este tipo de asesoría o consulta.

 

Por este motivo, considero que es de suma importancia que en el presente artículo reflexionemos sobre el trabajo de la psicología y la psiquiatría como opciones válidas para atender nuestra salud mental, así como explicar el alcance que tienen los especialistas al momento de ejercer su práctica clínica, para que de esta manera eliminemos una serie de mitos que se han generado a lo largo de los años.

 

¿Voy al psicólogo y al psiquiatra porque estoy loco?

 

Existen muchas enfermedades y padecimientos psicológicos y médicos que repercuten en el correcto funcionamiento racional, emocional y comportamental de las personas, sin embargo, el concepto de “locura” ha caído en desuso debido a su fuerte calificación negativa y lo perjudicial que resulta para una persona ser descrito de esa manera. Lo mejor que se puede hacer cuando padecemos una enfermedad mental o cuando convivimos con una persona que la padece, es anteponer el respeto a la dignidad del ser humano, porque entonces el enfoque consiste en no desacreditar el valor y los derechos de las personas por el hecho de poseer una enfermedad o afección psicológica, cualquiera que esta sea. Por lo tanto, hay un gran cúmulo de información procedente de investigaciones en el campo de la salud mental, que ayudan a comprender el por qué una persona se comporta y siente de determinada manera.

 

Ahora bien, al decidir atenderme emocional o psicológicamente, ¿quiere decir que estoy enfermo? La respuesta es que no necesariamente necesitamos padecer una enfermedad para requerir de ayuda profesional, porque en el campo de la psicología comprendemos que la vida no es un periodo estático e inamovible de bienestar o malestar, se trata de un búsqueda de equilibrio constante, porque incluso el hecho de enfrentar problemáticas cotidianas nos puede generar una sensación de intranquilidad o el sentirnos rebasados por el estrés laboral, así como por encontrarnos cargando con conflictos internos ocurridos en el pasado, son situaciones que repercuten en la estabilidad de cualquiera. El hecho de que tomemos la decisión de atendernos funciona también como una manera de prevenir que desarrollemos una enfermedad con sintomatología constante grave. Por lo tanto, debemos de eliminar la relación inapropiada que existe entre la terapia psicológica y la atención psiquiátrica, con la concepción de “la locura”, porque todas las personas tenemos la propensión a enfermar, y porque el asumir que necesitamos recibir una atención profesional no significa que poseamos una debilidad o no contemos con la capacidad para enfrentar nuestros problemas, mucho menos involucra el avergonzarnos de lo que nos ocurre, sino que al contrario, se requiere de suficiente determinación para aceptar que necesitamos ayuda. Es entonces tarea de los especialistas, no solo el realizar un trabajo ético y profesional, sino también el brindar un trato de respeto, cordialidad y calidez humana a toda persona que acude a recibir sus servicios.

 

La psicología y la psiquiatría.

 


Cuando la psicología y la psiquiatría trabajan en conjunto se brinda una atención multidisciplinaria que aporta beneficios a la persona para combatir diversos padecimientos, tanto médicos como psicológicos.

Para adentrarnos en la temática principal del artículo, vamos a definir estas dos disciplinas. La psicología es la ciencia que estudia los procesos mentales, emocionales y comportamentales del ser humano, y ayuda a entender múltiples interrogantes de la vida de las personas, aunado a que la psicología clínica aporta un espacio con diversas metodologías de intervención para ayudar a las personas que se encuentran pasando un conflicto afectivo, intelectual, o que perciben su integridad mental bajo amenaza. La psiquiatría por su parte, es la rama de la medicina que se dedica a atender y a estudiar todo trastorno relacionado con la salud mental, así como los trastornos de comportamiento y adicciones, esto mediante un proceso de atención, diagnóstico y tratamiento, el cual incluye medicamentos específicos.

 

Para continuar clarificando el panorama, el psicólogo clínico debe contar con un título y cédula profesional, que avale una formación y preparación para la aplicación de técnicas psicológicas para atender las necesidades emocionales, comportamentales y cognitivas, tratándose de métodos muy diversos que principalmente involucran la escucha activa y la intervención oportuna y adecuada para acompañar a la persona en calidad de paciente, durante un tratamiento psicoterapéutico, el cual no involucra la prescripción de medicamento. Por otra parte, el psiquiatra es un profesional que finalizó sus estudios en medicina general y que además realizó la especialidad en psiquiatría, para poder enfocarse en atender los trastornos específicos de dicha rama, logrando de esta manera el poder brindar un espacio de escucha activa para identificar las causas de una enfermedad, proponer un tratamiento médico apropiado, e incluso el aportar una intervención psicoterapéutica, ya que el médico psiquiatra también puede prepararse en este rubro y brindarle al paciente no solo una receta, sino también trabajar en una serie de estrategias para combatir las problemática de manera psicológica.

 


La psiquiatría es la rama de la medicina que se dedica a atender y a estudiar todo trastorno relacionado con la salud mental, así como los trastornos de comportamiento y adicciones, esto mediante un proceso de atención, diagnóstico y tratamiento, el cual incluye medicamentos específicos.

Si analizamos el propósito de ambas disciplinas comprenderemos que no debe de existir un conflicto entre ambas, al contrario, resulta muy enriquecedor cuando los dos profesionales trabajan en conjunto para brindar una atención multidisciplinaria que le aportará muchos beneficios a la persona para combatir diversos padecimientos, tanto médicos como psicológicos. No podemos negar que, a lo largo del tiempo, han existido posturas contrarias entre ambos profesionales, porque se han suscitado debates y diferencias de opinión clínica sobre la utilidad y validez de ciertos tipos de intervención psicológica, o el empleo de medicamentos de manera excesiva y exclusiva sin darle lugar al paciente de que comparta su visión sobre su proceso, avances, retrocesos, miedos, anhelos, etc. Lo cierto es que un trabajo en conjunto siempre deberá estar enfocado en el bienestar del paciente, en su adaptación al tratamiento, en su recuperación y en el desarrollo de una calidad de vida sana. Es entonces trabajo de los profesionales el apartarse de posturas egocéntricas y obstinadas, que limiten el flujo de información y generen una competencia hostil entre las disciplinas

 

Es así que un panorama básico en la cadena de tratamiento sería un ejemplo siguiente: una persona que busca ayuda psicológica debido a una condición de tristeza continua que en ocasiones identifica las causas y en otras no logra explicar lo que le ocurre, es así que el psicólogo después de un periodo de entrevistas clínicas puede llegar a un diagnóstico y valorar si la persona es candidato para recibir el tipo de tratamiento que le propondrá, y en este punto es posible que se identifique una serie de síntomas que amerite de atención psiquiátrica debido a que la persona presente un cuadro depresivo severo acompañado de síntomas de ansiedad, que lo estén llevando a presentar alteraciones en el ciclo de sueño y apetito que puedan poner en riesgo su salud general, por lo que es imprescindible que el psicólogo canalice a la persona a que reciba una valoración psiquiátrica para ayudar a combatir los síntomas a nivel orgánico, mediante medicamentos que permitan que la persona recupere el equilibrio.

 


Otro ejemplo sería el de una persona que acude con un psiquiatra al presentar temores para socializar, acompañado de pánico al interactuar en público con un número elevado de personas, así como reacciones de ansiedad por pensamientos catastróficos que lo mantienen cansado y decaído, por lo que en el proceso de valoración y tratamiento, el psiquiatra puede considerar el que la persona además de recibir el tratamiento médico y el abordaje del mismo, se le canalice para recibir un proceso de atención psicoterapéutico el cual puede ser variado dependiendo las necesidades del paciente, siendo así que la atención se complemente trabajando con objetivos diversos, como lo es el reducir y eliminar los síntomas así como analizar psicológicamente la procedencia de los mismos y encontrar las causas para que la persona comprenda su situación y enfrente de manera estratégica su miedo social, a la par de incrementar su autoestima y habilidades de interacción.

 

Finalmente, toda labor entre varios profesionales que logren trabajar en conjunto para favorecer la salud mental de las personas, resultará en un apoyo conveniente y necesario para que el proceso de tratamiento sea lo más apacible posible, claro está que los padecimientos son muy diversos y algunos son más complejos que otros, pero no debemos de olvidar la subjetividad que acompaña al proceso de salud y enfermedad, en el que no importa si de manera calificativa es mucho o poco lo que le ocurre a la persona, lo importante es que la persona reporta un nivel de sufrimiento y que está solicitando ayuda, por lo que espera de los profesionales de la salud mental una atención de calidad.





 













Lic. José Ruy García

Psicólogo clínico

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