Es común que los padres de familia presenten dificultades para hablar con sus hijos adolescentes y tener una convivencia amena, esto es debido a múltiples factores que interfieren en la dinámica entre padre e hijo. La etapa de la adolescencia se caracteriza por un periodo de transición importante en el que la persona se encuentra en un proceso de desarrollo físico y mental, que lo lleva a experimentar cambios notorios en la apariencia, altura, peso corporal, pero también lo relacionado con la personalidad, manera de pensar y la expresión de sus emociones y sentimientos. El joven de manera progresiva comienza a identificar dichos cambios entre aproximadamente los 11 y 12 años de edad (algunos antes, otros después), y se comienza a suscitar lo que llamamos un proceso progresivo de crisis debido a que se empieza a dejar de lado una serie de hábitos propios de la niñez, para ir asimilando nuevas conductas y roles que acercan a la persona a insertarse en la sociedad como individuos capaces de generar una influencia mayor. Los jóvenes adolescentes se dan cuenta del poder de opinión que van adquiriendo, la confianza que van ganando dentro de sus familias para asumir tareas y responsabilidades nuevas, observan la modificación de su tono de voz y el desarrollo de su cuerpo, así como el incremento de intereses y el aprendizaje debido a nuevas experiencias. Evidentemente, no podemos encasillar la adolescencia, ni ninguna otra etapa del ser humano, en un proceso rígido de tiempo y sucesos, ya que cada persona se desarrolla a un ritmo diferente, siendo así que habrá adolescentes a quienes les cueste todavía mucho más trabajo el familiarizarse con nuevas actividades, obligaciones, o incluso aceptar la pérdida que significa el dejar atrás el rol de la infancia.
Quiero plantear el concepto de “cambio”, como un evento en la vida del adolescente que no es inmediato, no ocurre de forma repentina, no solo lo involucra a él/ella sino a todos los personajes alrededor suyo, entonces este “cambio” representa una evolución paulatina de varios y distintos elementos que componen a la persona en cuestión. Por lo tanto, es natural que los padres y sus hijos tengan complicaciones para comunicarse debido a que el “cambio” no solo influye en la vida del joven, sino que también representa un proceso de adaptación de los padres quienes pueden preguntarse, ¿ahora cómo me dirijo a mi hijo/a si inmediatamente se molesta o se fastidia conmigo?, ¿qué es lo que le gusta hacer?, ¿por qué lo noto decaído o abrumado la mayor parte del tiempo?, por qué no me habla y juega conmigo como solía hacerlo cuando era un niño/a?. Estas y muchas otras preguntas pueden aparecer al momento de tratar sobre la comunicación y la interacción entre padres e hijos adolescentes, sobre todo cuando en dicha relación existen conflictos no resueltos, problemáticas a las que no se les da lugar, inquietudes que se deciden ignorar, y sentimientos que no se atreven a reconocer. A lo largo de este artículo, hablaremos de estrategias y condiciones que ayudan a fortalecer los lazos entre padres e hijos/as, así como problemáticas futuras que se generan cuando los miembros de la familia no hacen nada para ser partícipes en dicho “cambio”.
¿Cómo quiero llevarme con mi hijo/a adolescente?, ¿cómo quiero que se comporte?
Imaginemos que estamos en un contexto nuevo para nosotros, nos integramos a un lugar desconocido (escuela, trabajo, grupo), de pronto se acerca una persona y se presenta, nos da la bienvenida y nos comienza a explicar datos y detalles importantes del lugar en donde estamos, de lo que se hace y de quien es él. Obviamente habrá algunas personas que, por su manera de ser, conecten de inmediato en una conversación con un desconocido, habrá otros que se reserven hasta generar un nivel de confianza adecuado, lo interesante es que en cualquier caso necesitamos desarrollar ese nivel de confianza para poder sentir que tenemos una convivencia natural y fluida, para poder decidir si nos sentimos a gusto en la conversación y permitir a esa persona nueva entrar en nuestras vidas. Quiere decir que el trabajo de la confianza es un proceso que se gana, no solo la adquirimos, sino que también la brindamos al otro, porque así como podemos apreciar que una persona nos hable de sus experiencias y nos informe de sí mismos, agradecemos que podamos sentirnos escuchados y que se nos otorga un espacio para expresar lo que pensamos. La comunicación es una forma de interacción que permite a las personas generar un vínculo con los demás, si no existe algún tipo de comunicación, difícilmente lograremos integrarnos de manera fuerte con otros, por lo que es necesario que para generar un ambiente de coexistencia agradable, ameno, útil, efectivo, cálido y sano, se lleve a cabo un nivel de comunicación óptimo.
Cualquiera podría pensar que el padre y su hijo adolescente, no son personas extrañas, que por el contrario son dos personas que se conocen muy bien y que se aman, que han compartido por años un lazo estrecho, familiar, único e inigualable. Yo propongo que nos preguntemos, ¿de verdad esas dos personas se conocen?, si entre padre e hijo/a existe en esa etapa de su vida un conflicto evidente, nos podemos preguntar ¿realmente ambos conocen los intereses de uno y del otro?, porque de esta manera lograremos tener un punto de partida para conocer el origen de un conflicto, disipar dudas, advertir que nos equivocamos en el trato que ofrecemos a los hijos, identificar temores e inseguridades, fortalecer el vínculo fraternal, y así, el padre/madre participa activamente en el proceso de “cambio” de su hijo/a.
Los padres generalmente llegan a conducirse con la inercia de la rutina cotidiana, son tantas las ocupaciones, las deudas, los compromisos laborales y familiares, los problemas de salud, etc, que se transforman en situaciones que no nada más producen estrés, sino que también representan obstáculos en la comunicación con los hijos. Si a esto sumamos la apatía que de pronto llega a desarrollarse en los padres ante la necesidad de hablar y acercarse íntimamente a los hijos, descubrimos un fenómeno que se vuelve cíclico porque la comunicación estropeada limitará la generación y mantenimiento de la confianza entre ambos, por lo tanto, el/la adolescente incrementará sus deseos de permanecer apartado, crecerá el sentimiento de aislamiento, abandono, rechazo e incomprensión; por consiguiente, en los padres se desarrollará un sentimiento de fastidio, incertidumbre, desgano, se tenderá a obviar las razones del comportamiento de los hijos, y se clasificará al joven como inmaduro, grosero, malagradecido, con el tipo de frases como “¡es que no sé qué le pasa a mi hijo/a, antes era muy cariñoso conmigo, ahora se la pasa en su cuarto encerrado, en la hora de la comida no nos cuenta nada, y siempre anda con su cara de pocos amigos!”. Por favor no olvidemos lo siguiente, es muy importante que no ubiquemos a alguno de los participantes en cuestión como el culpable, como la víctima, como la persona que trata de boicotear el proceso de comunicación e interacción; es preferible percibir que la convivencia entre padres e hijos necesita que todos asuman una responsabilidad, un papel activo, una aportación a su nivel y posibilidades, lo cual quiere decir que una comunicación efectiva y sana no necesariamente implica charlar eufóricamente y de manera prolongada, no quiere decir que todos en todo momento deban mostrar una cara sonriente y benevolente, no debemos olvidar que comunicarnos con nuestros hijos implica saber que en ocasiones las personas presentamos emociones displacenteras, a veces la comunicación amerita que respetemos que el otro no tiene ganas de hablar o que se siente avergonzado y triste, porque entonces reconocer esto es dar lugar a los sentimientos y eventualmente retomar el acompañamiento para brindar el apoyo que sea necesario.
Pero entonces, ¿Cómo me acerco a mi hijo/a?, si todos los días le pregunto cómo está, si ya comió, el cómo le fue en la escuela, etc. Hay padres que agotan rápidamente las posibilidades de comunicación y consideran que han hecho lo suficiente al cubrir las preguntas y temas habituales del día, esto es uno de los factores que abona dificultades para generar un acercamiento, debido a que la obviedad produce en el hijo/a una percepción de desinterés hacia sí mismo, invita a saber que a los padres se les puede responder con respuestas cortas de afirmación o negación. El abordaje del padre no debe limitarse a preguntas cotidianas y despersonalizadas, ya que es importante que si queremos saber cómo está nuestro hijo/a, podamos acercarnos con temas específicos, por ejemplo: “¿cómo te fue el día de hoy?, me platicaste que tenías un examen muy complicado?”, “¿te gustó la comida? Fíjate que la preparé así, aunque se que prefieres otros platillos, pero quería que probaras este, ¿qué le cambiarías?”, “hace rato te noté triste, y me acordé que me comentaste que tuviste un problema con tu amigo, ¿será que esa situación te tenga desanimado? ¿te gustaría si me siento contigo para que me cuentes al respecto?”. En estos ejemplos simples podemos observar que la pregunta de los padres no se limita a un interrogatorio básico y cerrado, sino que propone un tema a abordar y añade particularidades de los hijos, lo cual conlleva a que se fomente un intercambio de ideas, se le invita a los hijos a brindar una explicación y a expresar lo que sienten pero de manera específica, porque de esta manera si los hijos perciben el interés de los padres y su colaboración ante sus problemáticas, fácilmente se generarán respuestas cargadas de afecto, siendo incluso posible el notar el entusiasmo por contar lo que acontece en sus vidas.
Estrategias para favorecer la comunicación.
Ningún método es infalible y tampoco existe una guía concreta que de manera rigurosa produzca un efecto positivo en la comunicación, ya que al tratarse de relaciones humanas tenemos que considerar la singularidad de los individuos, lo que quiere decir que para mí algo puede significar mucho, pero no lo mismo para otros. Sin embargo, la comunicación entre padres e hijos si requiere analizar el nivel en el que esta se suscita, poder darnos cuenta que nos estamos alejando de los hijos muchas veces sin tener la verdadera intención, en algunas ocasiones por priorizar otros asuntos y otras veces por ignorar lo que está ocurriendo. Al respecto quiero proponer unos puntos importantes a tomar en cuenta al momento de intentar comunicarnos con nuestros hijos adolescentes:
1.- Los padres pueden conocer los intereses de los hijos. Muchos padres brindan a los hijos las oportunidades de estudio, deportivas y recreativas, pero no se involucran en cómo los hijos se desarrollan en las mismas. Es importante generar un espacio en el que nos interesemos en la experiencia que los hijos puedan contar sobre un partido de futbol, sobre el nuevo disco de música de su artista favorito, acerca del programa de televisión que están viendo, conocer la opinión que tienen sobre problemáticas sociales, invitarlos a desahogar sus sentimientos por la partida de un ser querido, y fomentar su participación y opinión sobre decisiones familiares.
2.- Los padres necesitan evitar demeritar el valor de los hijos, cuando estos cometen un error. Cuando los hijos se equivocan, muchos padres los reprenden de una manera intensa, pero esto se convierte en un acto punitivo y vengativo, en lugar de una intención correctiva y orientadora, de modo que dicha intervención elimina la confianza y aleja a los hijos. Es importante tomar en cuenta que un error no define la identidad o el valor de las personas, siendo necesario entonces tener cuidado con el tipo de lenguaje que utilizamos al realizar señalamientos hacia los hijos. No es lo mismo señalar “¡Reprobaste el examen, siempre te pasa lo mismo, las matemáticas de plano no te entran, ni para qué me esfuerzo en pagarte la escuela si no eres capaz de aprovecharla, no vas a lograr nada!”, en este ejemplo observamos un señalamiento que generaliza la capacidad del hijo/a de manera negativa, además de advertir enojo en el padre, se aprovecha la ocasión para lanzar comentarios, que sin utilizar palabras altisonantes, resultan hirientes. Distinto es intervenir de la siguiente manera “reprobaste el examen, ¿qué crees que te haya faltado?, si estás teniendo complicaciones para entender un tema o procedimientos matemáticos tal vez necesitemos buscar alguna asesoría. Me preocupa que sea tan seguido que tengas notas bajas en matemáticas, pero vamos a encontrar la manera de que logres comprender el contenido del curso. Comprendo que las matemáticas se te dificultan, pero veo que se te facilita la biología y la historia”. Aportar el reconocimiento de las fortalezas de los hijos y centrarnos en la búsqueda de soluciones más que en la reprimenda, ayuda a incentivar hábitos funcionales y equilibrar su estado de ánimo.
3.- Los padres tienen derecho a molestarse con las actitudes irresponsables, indisciplinadas o comentarios ofensivos de los hijos. Así es, una comunicación sana no está exenta de reconocer los sentimientos de los padres y de los hijos. Me refiero a que no podemos pretender que no ocurre nada cuando los hijos actúan de una manera irresponsable, ponen su vida en riesgo, o atentan contra los intereses propios, de la familia o terceros. En la medida en que se logra una integración y convivencia armónica entre padres e hijos, los momentos en los que se tenga que enfrentar errores o comportamientos indeseados, se podrá permitir una intervención que busque corregir. Quiere decir que los padres tienen el derecho y obligación de hacer ver a los hijos sobre una conducta errónea, sin la necesidad de expresar comentarios ofensivos, despectivos o utilizar agresiones físicas, porque todo esto último impide que el vínculo permanezca estrecho, y por el contrario se generan repercusiones importantes en los hijos en temas de autoestima, seguridad, confianza, sentido de pertenencia, etc.
4.- La vida de los hijos, no es la segunda oportunidad de los padres. En algunos casos se comete el error de querer guiar a los hijos mediante imposiciones, las cuales provienen de deseos frustrados de los padres respecto a sus propias experiencias de vida, esto conlleva a que los padres vean a los hijos como una pantalla para proyectar anhelos no cumplidos considerando que son buenas intenciones, por eso escuchamos ideas como “mi hijo va a estudiar la carrera de leyes porque yo siempre quise ser abogado y eso le vendrá muy bien” o “mi hijo tiene que cuidarme a mi cuando yo sea un anciano, siempre le digo que al día de hoy yo lo cuido, pero que en un futuro tendrá que hacer lo mismo para mí”. Imponer una ideología, obligar a los hijos a actuar de determinada manera, condicionar el apoyo a una retribución a futuro para los padres, son aspectos que no solo afectan la comunicación, sino que también impactan a nivel psicológico en los adolescentes. Es necesario entonces que la comunicación sirva como un medio de expresión, no solo de los padres, ya que lo hijos adolescentes también tienen el derecho de externar sus intereses y recibir una guía y acompañamiento que les brinde soporte, que aclare sus dudas y que sirva de ayuda para investigar sobre la vida. Tanto padres e hijos pueden externar lo que esperan unos de otros, y así construir juntos un lazo familiar que los distinga sin caer en la repetición de patrones nocivos.
5.- No todos los momentos son los ideales para hablar. Hay lugares y momentos que se prestan y se antojan para tener una plática profunda, son situaciones que posibilitan el hablar de temas importantes, de asuntos que inquietan a los hijos y los padres, de aspectos que resultan vergonzosos o que requieren de privacidad para los participantes; así también, hay temas que son íntimos, requieren su tiempo para ser procesados en la individualidad de cada persona, y que primero ameritan de un desahogo. Me refiero a que tenemos que tener cuidado cuando queramos hablar con los hijos porque muchas veces se pretende hacerlo en lugares públicos o con personas presentes que no deberían atestiguar la conversación, aunado a que hay problemáticas que los hijos tienen que de inicio les resulta más cómodo atender con sus iguales o reflexionarlos ellos mismos, por lo tanto los padres requieren comprender que muchas veces un tema triste o difícil, que se observa ante la renuencia de los hijos para hablar, se aborda primero con la presencia, con la cercanía física y cálida, a veces también con la posibilidad de brindar un espacio de privacidad, y posteriormente una postura de escucha atenta y comprensiva.
Finalmente, es importante considerar que la psicoterapia individual y de familia, ayuda a generar un análisis que esclarezca los motivos que originan las fallas en la comunicación entre padres e hijos, además de que mediante la atención psicológica se logra atender los síntomas que puedan estar afectando la calidad de vida de padres e hijos. Por lo tanto, la comunicación abierta y fluida también permite identificar cuando es necesario solicitar ayuda de parte de profesionales de la salud mental; e incluso el que las personas adviertan que los conflictos que tienen con sus hijos han terminado por rebasar el límite de la paciencia y la estabilidad emocional, también es un indicio que marca la pauta para solicitar apoyo profesional.
Lic. José Ruy García
Psicólogo clínico
Asociación Libre Monterrey