No una soledad que ellos busquen, si no una soledad que se siente si uno se detiene a observar. Se ve en la escuela, en las calles, en los diversos grupos, incluso en casa.
Los jóvenes están muy solos ya que es común que no se les escuche. No hay lugar para ellos en las calles, en la comunidad, en los parques; pareciera que su único lugar al que se les delega es a la escuela, otro espacio en el que muchas veces tampoco hay oídos atentos o formas de externar desacuerdos..
Están solos porque se les teme, se les ve en manada y provocan hastío, asco, desagrado: "ahí vienen los pubertos", "ay, esos adolescentes ruidosos", "que se cayen los chavitos". Y se les relega de los espacios comunes por no ser tolerados en su ruido, olor, apariencia y demanda.
Aparecen en las escuelas como tercos, flojos, que todo les da igual. No se ve al joven que pregunta, que busca buenos maestros, que cuestiona las reglas para entenderlas o porque les parecen injustas (y muchas veces tienen razón), no se les ve como personas que sienten cosas más allá de sus hormonas, que están confundidos por que el mundo en sí es confuso y no porque sean jóvenes.
Se les mira como "calenturientos", no como enamorados, como capaces de amar porque "¿Ellos que van a saber del amor?" se toma su cuerpo como un arma que puede dañar a los adultos o a sí mismo. Se les ve como una amenaza que hay que callar o de la que se tiene que huir.
Jóvenes solos con sus dudas, con adultos a su alrededor comportándose como niños. Con padres ocupados 24/7, con quienes hay que agendar una cita para hablar. Padres que interrogan y que no preguntan por conocerlos, si no sólo por saber. Jóvenes cuestionados en sus decisiones por un desconocido que se dice llamar adulto.
Chicos con cambios en su vida, su cuerpo, su gente. A la deriva. Apoyados en otros que están pasando por lo mismo y que, ante la duda comunal, se soportan. Voltean con esperanza de encontrar adultos acompañantes de su sentir, no inquisidores de su identidad, adultos que escuchen sin necesariamente tener una respuesta.
Pero, ¿qué problemas pueden surgir de esto? Primeramente, el atender este tipo de situaciones no sólo porque nos acarree problemas a los demás, si no porque es NUESTRA responsabilidad. Y claro, porque estos adolescentes son NUESTROS. Y no como una pertenencia, si no como parte de nuestra comunidad. El dejarlos solos es corroborarles el desamparo. Decirles entre líneas que definitivamente su sentir y sus vidas no nos significan nada, que hemos soltado la cuerda. Dejarlos solos con su crecer, sus dudas y sus confusiones es corroborarles que no hay mirada que los mire a ellos, que no son suficiente.
¿Qué le genera al adulto la vida de los jóvenes? Sin duda ANGUSTIA. Tal vez por no saber qué hacer, tal vez porque le asusta, tal vez porque le genera algo que todavía no tiene nombre.
Tal vez les genere un recuerdo. Un recuerdo de una adolescencia apelmazada. Una juventud que se pasó de largo o se vivió apresurada por tener que crecer ya que así tenía que ser.
A otros tal vez les genere envidia, porque ellos tienen más oportunidad de vivir cosas que yo ya no porque soy viejo, ya no me va.
Otros puede ser que simplemente esperen el momento de poder acercarse y tal vez no hacer nada más que quedarse y no desertar. Y eso ya es bastante.
Y así, los jóvenes solos, en estado abandonados, en una negligencia por no atenderlos. Donde hay que abrir espacios donde nos miremos y tal vez así podamos reconocernos.
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