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Artículos sobre Ayuda Psicológica

La psicoterapia en ocasiones pasa por momentos de calma y de reflexión, por esto a veces necesitamos generar una pausa en nuestro discurso, procesar en nuestra mente lo que acabamos de decir.

Cuando acudimos a un proceso de psicoterapia, tomamos la decisión a partir de un malestar que nos aqueja y que representa un obstáculo en nuestra estabilidad emocional principalmente. El malestar o problemática suele cobrar fuerza, y después de intentar sobrellevarlo por nuestra cuenta o mediante el apoyo de terceros, nos damos cuenta que necesitamos una ayuda profesional; es así que la afectación o afectaciones que experimentamos se convierten en un motivo de consulta que queremos solucionar o eliminar, se vuelve un mal que interfiere con nuestra calidad de vida, nuestras relaciones sociales y sentimentales, nuestro desempeño laboral/académico/físico, irrumpe con la normalidad de nuestro funcionamiento, altera el estado emocional, e interfiere con la racionalidad con la que tomamos nuestras decisiones. Durante las primeras sesiones, el psicoterapeuta generalmente dedica el tiempo a dirigir un proceso de entrevista, en el que, el abordaje suele ser más activo y directo, de modo que la participación de la persona que consulta se enfoca más en prestar atención a las preguntas y brindar los datos que le solicitan; si bien es cierto que desde las primeras sesiones se otorga un espacio para que la persona pueda expresar mucho de su sentir y encuentra un primer momento para canalizar ese dolor o afectación, las primeras sesiones tenderán a estar enfocadas a la exploración por parte del psicoterapeuta para obtener la mayor información posible que permita llegar a una impresión diagnóstica, proponer el trabajo del tratamiento, establecer objetivos.

 

La atención psicológica puede ser abordada desde diversas corrientes teóricas, y particularmente desde nuestra clínica en “Asociación Libre” se trabaja a partir de la corriente psicoanalítica, la cual abarca diversas posturas que buscan brindar un abordaje profesional y orientado hacia el bienestar de las personas, trabajando desde la individualidad y el mundo interno subjetivo; por tal motivo, el psicoanálisis brinda un espacio abierto a las posibilidades durante el proceso de atención terapéutica, ya que no restringe las temáticas que la persona necesite hablar, ni tampoco marca una pauta sobre cuál es el mejor momento para expresar un sentir o pensamiento. Por el contrario, el psicoanálisis respeta el tiempo que requiere la persona en calidad de paciente, y es así como la técnica proporciona libertad de expresión para tratar las problemáticas desde diversos ángulos. Sin embargo, es cierto que no todas las personas poseen las mismas cualidades, recursos psicológicos y malestares, de ahí que habrá personas que requieran un tipo de atención mucho más directivo y metódico, así como existen quienes requieren un espacio de psicoterapia para poder transmitir todo cuando viene a su mente; por ello, en ocasiones el proceso de psicoterapia resulta complejo, ya que la presencia del terapeuta despierta ideas y sentimientos en el paciente, y esto es un fenómeno común que ocurre y que muchas de las veces influye en el flujo normal de la comunicación, e interfiere con la voluntad del paciente para tratar un tema delicado.

 

Respecto a los momentos en los que acudimos a nuestras sesiones de psicoterapia y no encontramos las palabras correctas, o no nos sentimos con la disposición para poder exponer lo que nos aqueja, trataremos algunos puntos importantes para tomar en cuenta y facilitar nuestro proceso de atención psicológica. Es importante señalar que no se trata de seguir una guía estructurada para saber que decir durante las sesiones, más bien el propósito es comprender que es normal de pronto sentir que no contamos con la claridad suficiente para hablar, que de pronto hay días que acudir a la sesión representa cierta pesadez, que incluso existen momentos en los que considerábamos sentirnos muy preparados para hablar y de pronto no encontrar un sentido a lo que estamos diciendo.

 

Nuestra personalidad y manera de pensar.       


Después de varias sesiones, poco a poco se irá revelando mucho de nuestra personalidad, y es así como al ir tomando confianza de nuestro terapeuta encontramos un espacio de mucha más familiaridad para tocar temas sensibles, hablar aquellos secretos que hemos ido cargando durante años, compartir anhelos que no hemos expuesto a nadie más, e incluso descubrir deseos inconscientes que a través de la intervención de nuestro terapeuta se revelarán. Al respecto, podemos observar como una persona en la que predominan rasgos de extroversión y seguridad, tendrá cierta facilidad para hablar y generar conexiones entre sus pensamientos, afectos y las acciones de su día a día; por el contrario, es común que las personas introvertidas, tímidas, con tendencia al nerviosismo y la ansiedad, presenten muchas más complicaciones al momento de asistir a la sesión y encarar el malestar que padecen, ya que por naturaleza son personas que no están acostumbradas a exponer su punto de vista o a manifestar sus opiniones frente a otros, prefieren resguardar mucho de lo que sienten y procuran ocupar un rol más observador y menos protagonista.

 

De este modo, la personalidad puede es un factor que de pronto interfiere con el flujo de información y en ocasiones limita la decisión de externar lo que pasa por la mente durante la sesión. Cabe resaltar que no necesariamente hablando de manera basta y con fluidez, signifique que estamos trabajando en el análisis de las problemáticas, ya que muchas de las veces la resistencia para exhibir tópicos dolorosos se suscita a través de discursos prolongados que buscan distraer el foco de atención; para esto, el terapeuta deberá estar atento para realizar los señalamientos pertinentes.

 

Por lo tanto, independientemente de las características psicológicas y comportamentales que poseamos, debemos comprender que en la psicoterapia hay un espacio para todos, el terapeuta tiene la responsabilidad de poder dirigir un abordaje ético y profesional, y esto implica que respetará el valor de las personas en calidad de pacientes, así como el tiempo que necesiten para transmitir asuntos trascendentes y dolorosos. En ocasiones, con la ayuda de las preguntas e intervenciones del terapeuta podemos contar con un punto de partida para seguir avanzando con la temática que estamos desarrollando sobre nuestras vidas, sobre aquel suceso traumático que influyó en nuestro bienestar, o sobre aquella pérdida de la que no hemos podido encontrar el momento para hablar sobre detalles que necesitamos desahogar y sanar. Es así que podemos sentirnos aliviados al acudir a las sesiones, ya que si bien para muchos puede representar un reto el comenzar a hablar, no existe un juez o moderador que esté calificándonos o que regule lo que decimos, y es así que, independientemente de cómo nos comportemos o la manera en la que pensemos, la psicoterapia psicoanalítica facilita un espacio para expresar todo lo que acuda a la mente, sin importar que tanto lo califiquemos nosotros mismos de irrelevante, absurdo, fuerte, alarmista, ilógico; porque entonces, si durante la sesión aparece una frase, pensamiento, recuerdo, anécdota u opinión, tiene una razón de ser porque la técnica de la asociación libre permite trabajar con cualquier material que el paciente exponga durante la sesión.

 

Durante la sesión a veces me quedo en silencio.

 

No podemos pretender que, al tomar un tratamiento psicoterapéutico, en todo momento actuemos como un orador o locutor, que recita de memoria un monólogo o narra una historia elaborada y compleja. La psicoterapia en ocasiones pasa por momentos de calma y de reflexión, por esto a veces necesitamos generar una pausa en nuestro discurso, procesar en nuestra mente lo que acabamos de decir o escuchar, así de pronto necesitamos replantear una idea para poder continuar con el contenido que necesitamos transmitir. Lo que hablamos en psicoterapia como pacientes, son palabras que van dirigidas a nuestro terapeuta quien las recibe y analiza, pero a la vez se dirigen a nuestros propios oídos, ya que de esta manera encontramos un sentido a todo aquello que rondaba en la cabeza y que no habíamos expresado de ninguna manera; en ocasiones el silencio de la sesión resulta en una pausa necesaria para respirar, recuperar fuerza, descansar del ritmo acelerado de nuestro discurso, recomponernos anímicamente por el impacto de lo que acabamos de decir, o prepararnos para hablar sobre ese asunto tan importante que por primera vez será escuchado por alguien más, siendo así que la psicoterapia psicoanalítica no forzará a que la persona exponga en todo momento un tema, ya que entendemos también que hay sucesos que el simpe hecho de platicarlos implica volverlos a vivir, experimentarlos como la primera vez, de ahí que al pretender hablar de un tema difícil en terapia, decidiremos el momento en el que nos sintamos listos para enfrentarlo.

 

El miedo a ser juzgado.   

 

Nadie somos perfectos y nadie posee la verdad absoluta, por lo tanto, el terapeuta profesional comprende que el contenido que el paciente comparte en sesión es muy valioso y requiere un esfuerzo considerable para ser transmitido. Cuando recibimos atención psicológica es normal que presentemos ideas particulares sobre lo que los demás piensen de uno mismo, y en este caso, la opinión que el terapeuta se formule a partir del contenido que expongo en mis sesiones. Dentro de la terapia psicoanalítica, existe un fenómeno llamado “transferencia”, que implica a grandes rasgos el establecimiento de un vínculo entre el paciente y el terapeuta, en el que el paciente deposita sentimientos, pensamientos, ideas o fantasías en el terapeuta, y se trata de un proceso normal que incluso forma parte del proceso de tratamiento, porque ayuda a facilitar el análisis; por lo tanto, será igualmente normal que frente a nuestro terapeuta generemos una sensación de temor o vergüenza para hablar de ciertas situaciones o experiencias que me han ocurrido, porque entonces “¿qué pensará de mí?”. Repitiendo un señalamiento anterior, no pretendemos brindar una instrucción de lo que se debe o no se debe decir en las sesiones, y es así que el que una persona experimente una sensación de pena, pudor, indiferencia, temor, etc., frente a su terapeuta, será un contenido que deberá ser interpretado con el objetivo de avanzar en el tratamiento del paciente. Por lo tanto, es normal no sentirnos cómodos al hablar de nuestra vida frente a una persona que dirige su total atención en nosotros, pero entonces toca preguntarnos el por qué sucede esto, qué tanto esto forma parte de una limitante que se repite o se traduce en otros impedimentos de mi vida cotidiana; si bien el paciente es libre de decidir si desea continuar o si optará por buscar un nuevo terapeuta, lo importante es que la persona pueda desarrollar una conexión en el proceso de atención psicológica que le ayude a vencer las barreras que le impiden externar su sentir.

 

Algo que como psicoterapeuta he podido identificar en mi práctica clínica, es que en muchas ocasiones el paciente acude en un estado de duda, a veces se presentan con cierta serenidad y habiendo tenido una semana en la que no ocurrieron sucesos que le hayan inquietado; motivo por el que después de preguntarles por cómo se encuentran o sobre el tema que quieren tratar, suelen responder que no hay un contenido o asunto en específico. No obstante, lo interesante es que una vez que comienzan a expresar el contenido inicial, se concatenan los motivos de consulta y se genera un discurso cargado, esto a pesar de que los pacientes comienzan narrando su fin de semana, un programa de televisión que acaban de ver, una problemática en el trabajo, o incluso situaciones placenteras y exitosas. Lo importante es considerar que la presencia de la persona en sus sesiones obedece a un objetivo, el buscar lograr vencer una dificultad, el superar un estado emocional afectado, y muchas de las veces ese tipo de problemáticas llegan a ocultarse o a pasar desapercibidas después de pasar por días en los que las situaciones han ido mejorando. Independientemente del estado emocional en el que se presente una persona, la asociación libre como técnica produce un efecto interesante que impulsa la generación de un discurso que se desarrolla y expone afectos, la narración de los síntomas, conflictos no visibles, y contenido inconsciente que quiere encontrar una manera de manifestarse. Finalmente, podemos acudir a nuestra sesión de psicoterapia con la tranquilidad de que seremos escuchados, sin importar lo que sea que queramos o pretendamos decir, ya que incluso, habrá ocasiones en las que sin haber elaborado una temática con antelación, terminaremos expresando una serie de enunciados y eventos que nos llevaran a avanzar en el análisis de nuestras problemáticas.  

 



  

 

 

 












Lic. José Ruy García Burnes

Psicólogo clínico

Asociación Libre Monterrey

  • 22 ago 2024
  • 3 Min. de lectura

Cuando una pareja decide traer un hijo al mundo, en los #padres comienzan a aparecer #deseos y expectativas acerca de lo que esperan de éste, a veces pueden ser compartidos, pero incluso también cada uno crearlos individualmente. Estos aspectos pueden incluir desde el sexo que preferirían que fuera, el nombre que eligen para él o ella, pero también las cualidades o características de su personalidad que quisieran que tuviera, así como la profesión a la que les gustaría que se dedicaran, sin embargo, aunque esto es inevitable que suceda, es muy importante que como padres podamos detectar hasta qué punto es sano influir en nuestros #hijos para ello pues respetar sus #deseos, sus aspiraciones, su personalidad y finalmente, sus decisiones es primordial.

 

De esta forma, es que cada #hijo tiene una particular forma de ser visto e incluso tratado por parte de sus padres ya que esto varía a raíz de las emociones que puedan estar presentes desde antes de su concepción, por ejemplo, a veces se le trata de cierta forma a causa de que es el primogénito, en otras ocasiones por ser el que nace luego de una circunstancia en particular de la vida familiar o incluso de la madre, también por ser el o la que nació al final o al ser el único varón o la única mujer de entre los hermanos.


Pero, ¿qué pasa si como #padres empezamos a generar #deseos o expectativas solo orientadas hacia nuestro bienestar?, como pudieran ser:

-          “Mi hijo más pequeño me cuidará cuando yo sea vieja”

-          “Mi hija mayor se encargará de sus hermanos cuando yo muera”

-          “Éste hijo será mi compañía luego del abandono de su papá o mamá”

-          “Tú debes encargarte del negocio de la familia”

-          “Éste hijo nos dará unión familiar”

 

Tales frases provienen de #deseos o expectativas parentales que a veces pueden decirse en tono de broma, pero finalmente terminar actuando de ésta forma y generar también en los hijos ideas de lo que sus padres están esperando de su comportamiento y con ello estar limitando que puedan generar un desarrollo con autonomía.

 

Entonces, es que podemos detectar que #hijos pueden llegar a percibir esto como una obligación que deben cumplir y de lo contrario, la posibilidad de lidiar con una carga de culpa que tampoco le generaría bienestar en su estado emocional. Y, por tanto, puede ser común que en hijos que deciden cumplir con lo deseado por los padres ciegamente lleguen a verse ciertas manifestaciones a nivel psicológico, por ejemplo:


-          Dificultades para establecer vínculos de pareja o de hacerlo, las complicaciones para establecer límites con los padres terminen afectando estas relaciones.

-          Importantes sentimientos ambivalentes hacia el papel o rol familiar que se ocupa.

-          Sentir frustración por no haber cumplido expectativas propias.

-          Tener una baja autonomía para tomar decisiones en su vida personal.

 

Incluso, estas emociones pueden estar presentes cuando se decide estar con los padres, durante su estancia y también después, y en muchas ocasiones al finalizar este proceso debido a que hubo el fallecimiento del progenitor pueden acentuarse estos sentimientos y comenzar a serle más difícil llevar una vida independiente.

 

Finalmente, si pudiste identificar circunstancias de tu vida que se asemejan en cualquiera de los dos papeles, ya sea como #padre o como #hijo, es importante que consideres ésta información, pero también elegir la decisión con la que más cómodo te sientas e incluso, poderlo tratar con un especialista que te ayude a trabajar todos estos aspectos también pudiera ser de beneficio.
















Lic. Carolina Villarreal

Psicóloga clínica

Asociación Libre - Monterrey


Es común que los padres de familia presenten dificultades para hablar con sus hijos adolescentes y tener una convivencia amena, esto es debido a múltiples factores que interfieren en la dinámica entre padre e hijo. La etapa de la adolescencia se caracteriza por un periodo de transición importante en el que la persona se encuentra en un proceso de desarrollo físico y mental, que lo lleva a experimentar cambios notorios en la apariencia, altura, peso corporal, pero también lo relacionado con la personalidad, manera de pensar y la expresión de sus emociones y sentimientos. El joven de manera progresiva comienza a identificar dichos cambios entre aproximadamente los 11 y 12 años de edad (algunos antes, otros después), y se comienza a suscitar lo que llamamos un proceso progresivo de crisis debido a que se empieza a dejar de lado una serie de hábitos propios de la niñez, para ir asimilando nuevas conductas y roles que acercan a la persona a insertarse en la sociedad como individuos capaces de generar una influencia mayor. Los jóvenes adolescentes se dan cuenta del poder de opinión que van adquiriendo, la confianza que van ganando dentro de sus familias para asumir tareas y responsabilidades nuevas, observan la modificación de su tono de voz y el desarrollo de su cuerpo, así como el incremento de intereses y el aprendizaje debido a nuevas experiencias. Evidentemente, no podemos encasillar la adolescencia, ni ninguna otra etapa del ser humano, en un proceso rígido de tiempo y sucesos, ya que cada persona se desarrolla a un ritmo diferente, siendo así que habrá adolescentes a quienes les cueste todavía mucho más trabajo el familiarizarse con nuevas actividades, obligaciones, o incluso aceptar la pérdida que significa el dejar atrás el rol de la infancia.

 

Quiero plantear el concepto de “cambio”, como un evento en la vida del adolescente que no es inmediato, no ocurre de forma repentina, no solo lo involucra a él/ella sino a todos los personajes alrededor suyo, entonces este “cambio” representa una evolución paulatina de varios y distintos elementos que componen a la persona en cuestión. Por lo tanto, es natural que los padres y sus hijos tengan complicaciones para comunicarse debido a que el “cambio” no solo influye en la vida del joven, sino que también representa un proceso de adaptación de los padres quienes pueden preguntarse, ¿ahora cómo me dirijo a mi hijo/a si inmediatamente se molesta o se fastidia conmigo?, ¿qué es lo que le gusta hacer?, ¿por qué lo noto decaído o abrumado la mayor parte del tiempo?, por qué no me habla y juega conmigo como solía hacerlo cuando era un niño/a?. Estas y muchas otras preguntas pueden aparecer al momento de tratar sobre la comunicación y la interacción entre padres e hijos adolescentes, sobre todo cuando en dicha relación existen conflictos no resueltos, problemáticas a las que no se les da lugar, inquietudes que se deciden ignorar, y sentimientos que no se atreven a reconocer. A lo largo de este artículo, hablaremos de estrategias y condiciones que ayudan a fortalecer los lazos entre padres e hijos/as, así como problemáticas futuras que se generan cuando los miembros de la familia no hacen nada para ser partícipes en dicho “cambio”.

 

¿Cómo quiero llevarme con mi hijo/a adolescente?, ¿cómo quiero que se comporte?

 

Imaginemos que estamos en un contexto nuevo para nosotros, nos integramos a un lugar desconocido (escuela, trabajo, grupo), de pronto se acerca una persona y se presenta, nos da la bienvenida y nos comienza a explicar datos y detalles importantes del lugar en donde estamos, de lo que se hace y de quien es él. Obviamente habrá algunas personas que, por su manera de ser, conecten de inmediato en una conversación con un desconocido, habrá otros que se reserven hasta generar un nivel de confianza adecuado, lo interesante es que en cualquier caso necesitamos desarrollar ese nivel de confianza para poder sentir que tenemos una convivencia natural y fluida, para poder decidir si nos sentimos a gusto en la conversación y permitir a esa persona nueva entrar en nuestras vidas. Quiere decir que el trabajo de la confianza es un proceso que se gana, no solo la adquirimos, sino que también la brindamos al otro, porque así como podemos apreciar que una persona nos hable de sus experiencias y nos informe de sí mismos, agradecemos que podamos sentirnos escuchados y que se nos otorga un espacio para expresar lo que pensamos. La comunicación es una forma de interacción que permite a las personas generar un vínculo con los demás, si no existe algún tipo de comunicación, difícilmente lograremos integrarnos de manera fuerte con otros, por lo que es necesario que para generar un ambiente de coexistencia agradable, ameno, útil, efectivo, cálido y sano, se lleve a cabo un nivel de comunicación óptimo.

 

Cualquiera podría pensar que el padre y su hijo adolescente, no son personas extrañas, que por el contrario son dos personas que se conocen muy bien y que se aman, que han compartido por años un lazo estrecho, familiar, único e inigualable. Yo propongo que nos preguntemos, ¿de verdad esas dos personas se conocen?, si entre padre e hijo/a existe en esa etapa de su vida un conflicto evidente, nos podemos preguntar ¿realmente ambos conocen los intereses de uno y del otro?, porque de esta manera lograremos tener un punto de partida para conocer el origen de un conflicto, disipar dudas, advertir que nos equivocamos en el trato que ofrecemos a los hijos, identificar temores e inseguridades, fortalecer el vínculo fraternal, y así, el padre/madre participa activamente en el proceso de “cambio” de su hijo/a.

 

Los padres generalmente llegan a conducirse con la inercia de la rutina cotidiana, son tantas las ocupaciones, las deudas, los compromisos laborales y familiares, los problemas de salud, etc, que se transforman en situaciones que no nada más producen estrés, sino que también representan obstáculos en la comunicación con los hijos. Si a esto sumamos la apatía que de pronto llega a desarrollarse en los padres ante la necesidad de hablar y acercarse íntimamente a los hijos, descubrimos un fenómeno que se vuelve cíclico porque la comunicación estropeada limitará la generación y mantenimiento de la confianza entre ambos, por lo tanto, el/la adolescente incrementará sus deseos de permanecer apartado, crecerá el sentimiento de aislamiento, abandono, rechazo e incomprensión; por consiguiente, en los padres se desarrollará un sentimiento de fastidio, incertidumbre, desgano, se tenderá a obviar las razones del comportamiento de los hijos, y se clasificará al joven como inmaduro, grosero, malagradecido, con el tipo de frases como “¡es que no sé qué le pasa a mi hijo/a, antes era muy cariñoso conmigo, ahora se la pasa en su cuarto encerrado, en la hora de la comida no nos cuenta nada, y siempre anda con su cara de pocos amigos!”. Por favor no olvidemos lo siguiente, es muy importante que no ubiquemos a alguno de los participantes en cuestión como el culpable, como la víctima, como la persona que trata de boicotear el proceso de comunicación e interacción; es preferible percibir que la convivencia entre padres e hijos necesita que todos asuman una responsabilidad, un papel activo, una aportación a su nivel y posibilidades, lo cual quiere decir que una comunicación efectiva y sana no necesariamente implica charlar eufóricamente y de manera prolongada, no quiere decir que todos en todo momento deban mostrar una cara sonriente y benevolente, no debemos olvidar que comunicarnos con nuestros hijos implica saber que en ocasiones las personas presentamos emociones displacenteras, a veces la comunicación amerita que respetemos que el otro no tiene ganas de hablar o que se siente avergonzado y triste, porque entonces reconocer esto es dar lugar a los sentimientos y eventualmente retomar el acompañamiento para brindar el apoyo que sea necesario.

 

Pero entonces, ¿Cómo me acerco a mi hijo/a?, si todos los días le pregunto cómo está, si ya comió, el cómo le fue en la escuela, etc. Hay padres que agotan rápidamente las posibilidades de comunicación y consideran que han hecho lo suficiente al cubrir las preguntas y temas habituales del día, esto es uno de los factores que abona dificultades para generar un acercamiento, debido a que la obviedad produce en el hijo/a una percepción de desinterés hacia sí mismo, invita a saber que a los padres se les puede responder con respuestas cortas de afirmación o negación. El abordaje del padre no debe limitarse a preguntas cotidianas y despersonalizadas, ya que es importante que si queremos saber cómo está nuestro hijo/a, podamos acercarnos con temas específicos, por ejemplo: “¿cómo te fue el día de hoy?, me platicaste que tenías un examen muy complicado?”, “¿te gustó la comida? Fíjate que la preparé así, aunque se que prefieres otros platillos, pero quería que probaras este, ¿qué le cambiarías?”, “hace rato te noté triste, y me acordé que me comentaste que tuviste un problema con tu amigo, ¿será que esa situación te tenga desanimado? ¿te gustaría si me siento contigo para que me cuentes al respecto?”. En estos ejemplos simples podemos observar que la pregunta de los padres no se limita a un interrogatorio básico y cerrado, sino que propone un tema a abordar y añade particularidades de los hijos, lo cual conlleva a que se fomente un intercambio de ideas, se le invita a los hijos a brindar una explicación y a expresar lo que sienten pero de manera específica, porque de esta manera si los hijos perciben el interés de los padres y su colaboración ante sus problemáticas, fácilmente se generarán respuestas cargadas de afecto, siendo incluso posible el notar el entusiasmo por contar lo que acontece en sus vidas.

 

Estrategias para favorecer la comunicación.

 

Ningún método es infalible y tampoco existe una guía concreta que de manera rigurosa produzca un efecto positivo en la comunicación, ya que al tratarse de relaciones humanas tenemos que considerar la singularidad de los individuos, lo que quiere decir que para mí algo puede significar mucho, pero no lo mismo para otros. Sin embargo, la comunicación entre padres e hijos si requiere analizar el nivel en el que esta se suscita, poder darnos cuenta que nos estamos alejando de los hijos muchas veces sin tener la verdadera intención, en algunas ocasiones por priorizar otros asuntos y otras veces por ignorar lo que está ocurriendo. Al respecto quiero proponer unos puntos importantes a tomar en cuenta al momento de intentar comunicarnos con nuestros hijos adolescentes:

 


1.- Los padres pueden conocer los intereses de los hijos. Muchos padres brindan a los hijos las oportunidades de estudio, deportivas y recreativas, pero no se involucran en cómo los hijos se desarrollan en las mismas. Es importante generar un espacio en el que nos interesemos en la experiencia que los hijos puedan contar sobre un partido de futbol, sobre el nuevo disco de música de su artista favorito, acerca del programa de televisión que están viendo, conocer la opinión que tienen sobre problemáticas sociales, invitarlos a desahogar sus sentimientos por la partida de un ser querido, y fomentar su participación y opinión sobre decisiones familiares.

 

2.- Los padres necesitan evitar demeritar el valor de los hijos, cuando estos cometen un error. Cuando los hijos se equivocan, muchos padres los reprenden de una manera intensa, pero esto se convierte en un acto punitivo y vengativo, en lugar de una intención correctiva y orientadora, de modo que dicha intervención elimina la confianza y aleja a los hijos. Es importante tomar en cuenta que un error no define la identidad o el valor de las personas, siendo necesario entonces tener cuidado con el tipo de lenguaje que utilizamos al realizar señalamientos hacia los hijos. No es lo mismo señalar “¡Reprobaste el examen, siempre te pasa lo mismo, las matemáticas de plano no te entran, ni para qué me esfuerzo en pagarte la escuela si no eres capaz de aprovecharla, no vas a lograr nada!”, en este ejemplo observamos un señalamiento que generaliza la capacidad del hijo/a de manera negativa, además de advertir enojo en el padre, se aprovecha la ocasión para lanzar comentarios, que sin utilizar palabras altisonantes, resultan hirientes. Distinto es intervenir de la siguiente manera “reprobaste el examen, ¿qué crees que te haya faltado?, si estás teniendo complicaciones para entender un tema o procedimientos matemáticos tal vez necesitemos buscar alguna asesoría. Me preocupa que sea tan seguido que tengas notas bajas en matemáticas, pero vamos a encontrar la manera de que logres comprender el contenido del curso. Comprendo que las matemáticas se te dificultan, pero veo que se te facilita la biología y la historia”. Aportar el reconocimiento de las fortalezas de los hijos y centrarnos en la búsqueda de soluciones más que en la reprimenda, ayuda a incentivar hábitos funcionales y equilibrar su estado de ánimo.

 

3.- Los padres tienen derecho a molestarse con las actitudes irresponsables, indisciplinadas o comentarios ofensivos de los hijos. Así es, una comunicación sana no está exenta de reconocer los sentimientos de los padres y de los hijos. Me refiero a que no podemos pretender que no ocurre nada cuando los hijos actúan de una manera irresponsable, ponen su vida en riesgo, o atentan contra los intereses propios, de la familia o terceros. En la medida en que se logra una integración y convivencia armónica entre padres e hijos, los momentos en los que se tenga que enfrentar errores o comportamientos indeseados, se podrá permitir una intervención que busque corregir. Quiere decir que los padres tienen el derecho y obligación de hacer ver a los hijos sobre una conducta errónea, sin la necesidad de expresar comentarios ofensivos, despectivos o utilizar agresiones físicas, porque todo esto último impide que el vínculo permanezca estrecho, y por el contrario se generan repercusiones importantes en los hijos en temas de autoestima, seguridad, confianza, sentido de pertenencia, etc.

 

4.- La vida de los hijos, no es la segunda oportunidad de los padres. En algunos casos se comete el error de querer guiar a los hijos mediante imposiciones, las cuales provienen de deseos frustrados de los padres respecto a sus propias experiencias de vida, esto conlleva a que los padres vean a los hijos como una pantalla para proyectar anhelos no cumplidos considerando que son buenas intenciones, por eso escuchamos ideas como “mi hijo va a estudiar la carrera de leyes porque yo siempre quise ser abogado y eso le vendrá muy bien” o “mi hijo tiene que cuidarme a mi cuando yo sea un anciano, siempre le digo que al día de hoy yo lo cuido, pero que en un futuro tendrá que hacer lo mismo para mí”. Imponer una ideología, obligar a los hijos a actuar de determinada manera, condicionar el apoyo a una retribución a futuro para los padres, son aspectos que no solo afectan la comunicación, sino que también impactan a nivel psicológico en los adolescentes. Es necesario entonces que la comunicación sirva como un medio de expresión, no solo de los padres, ya que lo hijos adolescentes también tienen el derecho de externar sus intereses y recibir una guía y acompañamiento que les brinde soporte, que aclare sus dudas y que sirva de ayuda para investigar sobre la vida. Tanto padres e hijos pueden externar lo que esperan unos de otros, y así construir juntos un lazo familiar que los distinga sin caer en la repetición de patrones nocivos.

 

5.- No todos los momentos son los ideales para hablar. Hay lugares y momentos que se prestan y se antojan para tener una plática profunda, son situaciones que posibilitan el hablar de temas importantes, de asuntos que inquietan a los hijos y los padres, de aspectos que resultan vergonzosos o que requieren de privacidad para los participantes; así también, hay temas que son íntimos, requieren su tiempo para ser procesados en la individualidad de cada persona, y que primero ameritan de un desahogo. Me refiero a que tenemos que tener cuidado cuando queramos hablar con los hijos porque muchas veces se pretende hacerlo en lugares públicos o con personas presentes que no deberían atestiguar la conversación, aunado a que hay problemáticas que los hijos tienen que de inicio les resulta más cómodo atender con sus iguales o reflexionarlos ellos mismos, por lo tanto los padres requieren comprender que muchas veces un tema triste o difícil, que se observa ante la renuencia de los hijos para hablar, se aborda primero con la presencia, con la cercanía física y cálida, a veces también con la posibilidad de brindar un espacio de privacidad, y posteriormente una postura de escucha atenta y comprensiva.

 

Finalmente, es importante considerar que la psicoterapia individual y de familia, ayuda a generar un análisis que esclarezca los motivos que originan las fallas en la comunicación entre padres e hijos, además de que mediante la atención psicológica se logra atender los síntomas que puedan estar afectando la calidad de vida de padres e hijos. Por lo tanto, la comunicación abierta y fluida también permite identificar cuando es necesario solicitar ayuda de parte de profesionales de la salud mental; e incluso el que las personas adviertan que los conflictos que tienen con sus hijos han terminado por rebasar el límite de la paciencia y la estabilidad emocional, también es un indicio que marca la pauta para solicitar apoyo profesional.             

 














Lic. José Ruy García

Psicólogo clínico

Asociación Libre Monterrey

 

     

 

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