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¿Con alma, vida y corazón? Violencia, identidad y fútbol

Actualizado: 8 mar 2020

¿Con alma, vida y corazón? Violencia, identidad y fútbol

“Mi pasión por el fútbol es irremediablemente alcohólica, porque creo que es muy difícil ser aficionado al fútbol y no tener un grado de adicción un tanto enferma. Me gusta mucho la palabra italiana “tifoso” porque habla de la enfermedad del futbol; comienzas a organizar tu vida en función de los partidos, piensas todo el tiempo en ellos… Mi visión sobre el fútbol está contaminada con todo lo que he leído, efectivamente con mi padre que fue filósofo y porque él me llevaba a los estadios”.


- Juan Villoro.



Hace ya unos días ocurrió un suceso estremecedor en nuestra localidad previo al clásico regiomontano en el que integrantes de las barras bravas locales participaron en una riña con resultados graves. Este tipo de incidentes se han venido presentado de forma reiterada en los últimos años en diferentes ciudades, eventos en los que precisamente se han visto involucradas las barras o grupos de seguidores de fútbol, motivo por el cual en la actualidad se han tomado “medidas de seguridad” realizado una persecución a este tipo de grupos con la finalidad de terminar con las demostraciones de violencia. Dicha reacción social ante el evento también tiene un monto de hostilidad, incluso, me atrevo a decir que hasta en algunos casos, se le persigue con tanta saña como con las que los mismos rijosos actuaron.


Precisamente es en este punto en el habría que preguntarnos si éste es el origen de la violencia o es una expresión adicional de un malestar que poseemos, que está presente de forma tangible y que, sin embargo, no le reconocemos y mucho menos nos hacemos responsables. En la escena de dicha confrontación aparecen golpes, pedradas y un atropello. Incidencias que en realidad ocurren a diario y en contextos distintos al deporte: automovilistas arrollando ciclistas y peatones, vecinos peleando por estacionamiento y volumen a altas horas de la noche; riñas por pandillerismo, acoso escolar, asesinatos por crimen organizado, alza en feminicidios y un interminable y desolador: etcétera, etcétera.


Regresando al tema central del fútbol y la violencia. Entonces, ¿qué es lo que se juega para el aficionado del fútbol que produce tanto enojo con la pérdida? Porque pareciera que hay más que un balón en disputa, tres puntos o un campeonato por conseguir, pareciera que es la propia identidad, la del jugador número 12 la que se encuentra en disputa o en peligro de extinguirse. Una muestra de cómo es que la identidad está en juego en este conflicto, lo podemos ver después de cada participación de la selección mexicana de fútbol en los mundiales. Generalmente y posterior a una derrota o eliminación, afloran un sin número de calificativos (regularmente en tono despectivo), con una crítica severa a todo lo que en apariencia implica “ser mexicano”: “jugamos como nunca, pero perdimos como siempre”, “no tenemos disciplina”, “tenemos problemas de mentalidad”, “físicamente no poseemos condiciones para competir con los europeos”, “no se invierte en el deporte”, “no se invierte en educación”, “México es un país corrupto”, existiendo un sin fin de comentarios en los que nos comparamos con otras naciones y de frases que como eslabones continúan hasta llegar a hacer mención de las consecuencias de lo que se perdió por la conquista española, demostrando una identidad devaluada.


De la misma manera, esto ocurre con cada aficionado (en mayor o menor medida) de los equipos de fútbol locales.


Definitivamente, el fútbol (como muchas otras actividades) refleja los colores, los tonos, las muestras de triunfo, los sin sabores, la identidad y los síntomas culturales de la región donde se práctica, de allí que el deporte no queda exento de manifestaciones de violencia presentes en nuestro país: ¡no es el deporte! ¡Somos nosotros! Es por ello por lo que el desglose y en el análisis de cada factor que interviene en los actos vandálicos y de violencia, encontramos una parte de la verdad, una verdad que es multifactorial y que denota una postura de intolerancia y de búsqueda de aniquilar o anular al otro, condiciones que también aparecen en varias problemáticas actuales y que nos aquejan desde hace muchos años.


Es de llamar la atención que también todas estas causas de la violencia son identificadas afuera, en un tercero al cual ahora, se le persigue. Sin embargo, en este acto participamos los equipos locales, los medios de comunicación, los encargados de la seguridad pública, los padres y las madres, los vecinos, las aficionadas, los aficionados, las barras, todos. Es una manifestación más (sin que deje de ser por ello, importante) de un malestar cultural y social del que estamos inmersos y aún nos resulta difícil hacernos cargo, apareciendo ahora el fútbol como pretexto para ejercer la violencia.


Se puede disfrutar y hasta cierto grado sufrir por un partido, dado quienes lo practican (o practicamos) verdaderamente nos reencontramos con partes de nuestra identidad, la cual formamos desde temprana edad. Sin embargo, se torna turbio cuando nos encontramos atrapados en la aniquilación de nuestra personalidad y de paso, en la aniquilación de la identidad del otro, cuando pasamos de la rivalidad en la cancha o durante los 90 minutos a la rivalidad en el trabajo, con el vecino, con el hermano, la tía, la pareja. Hay que analizar y cuestionarnos si nuestra identidad queda disuelta en el equipo a seguir: no es malo disfrutar del triunfo del equipo favorito, sino en qué medida el triunfo o la pérdida, nos lleven a experimentar como si fuera una pérdida real para uno como aficionado. Es momento detenerse a pensar e identificar cuando:

  • Me produce demasiado dolor o tristeza la derrota de mi equipo de preferencia.

  • Cuando hay expresiones de agresión ganen o pierdan.

  • Si me he involucrado en disputas con familiares o amigos por estos hechos.

  • Si existe constante irritabilidad al ver o practicar el deporte.

  • Cuando he abandonado mis responsabilidades familiares y laborales a causa del fútbol.

Finalmente, este suceso debe de permitirnos abrirnos y plantearnos preguntas desde lo individual hasta lo colectivo, con la finalidad de hacer movimientos con el objetivo de hacer un alto para pensar, antes de llegar al acto y con ello estar atentos y advertidos del enojo personal.

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