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Artículos sobre Ayuda Psicológica

  • 31 may 2019
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 8 mar 2020

Un regalo navideño para toda la vida.

Ya comienza el mes de diciembre y con ello las planeaciones y la organización de las respectivas fiestas de navidad y fin de año. Del mismo modo, surge una encomienda y misión que en los últimos años se ha establecido como el centro de las festividades: la adquisición de los regalos de navidad. Múltiples e innumerables son las opciones que se encuentran en el mercado para obsequiar a los niños en esta navidad: desde juguetes eléctricos, de acción, casitas, consolas de videojuegos, smartphones, tablets, muñecas, etc. Esto puede volverse una verdadera encrucijada para los padres dado que se busca cumplir con el regalo ideal o que cumpla con lo que la hija o el hijo desea e incluso, que cumpla con las sugerencias que lo que los expertos (háblese de psicólogos, pedagogos o médicos) recomiendan para lograr un desarrollo intelectual y emocional del infante.


Sin embargo, hay que preguntarnos, qué es lo que está implícito en lo que regalamos a nuestros hijos. Existen diversas situaciones que pueden ejemplificar “eso” que se encuentra escondido en lo que regalamos a en navidad y que hace que pierda valor el presente que les brindamos. Un caso de ello lo vemos reflejado en el restringido tiempo que brindamos en la crianza a los niños debido a las amplias jornadas laborales y el ritmo de vida veloz al cual estamos sujetos, lo que obliga a los padres a tratar de compensar las desatenciones ocurridas durante el transcurso del año a través de proveer de regalos. Del mismo modo, otro factor se relaciona con que en la actualidad nos encontramos más concentrados en adquirir un producto para mostrarlo a los demás que como obsequio al ser amado, lo que igualmente pone como punto central el consumo y la compra, más no el afecto. Por último, también se puede dar mayor énfasis en un regalo que facilite el cuidado de los hijos situación que aqueja en muchas familias ya que es común que se utilice los smartphones para que los niños jueguen o se tranquilicen.


Las anteriores situaciones dejan la sensación de un hueco, es decir que son regalos pero que carecen de elementos afectivos importantes. Si bien, todas las personas recordamos con cariño algún regalo de nuestros padres, tíos, de “Santa Claus” o los “Reyes Magos”, aunque el objeto en sí que recibimos no cubre una necesidad que haya sido determinante o para subsistir para nuestra vida durante la infancia, la importancia radica en que el regalo evoca una emoción y un valor afectivo de lo que representa o de quien proviene el regalo. De allí, que hay otros regalos que sí resultan indispensables y que perduran a lo largo de la vida del niño hasta su vida adulta y tiene que ver con el otorgarles amor, respeto y protección.


Un regalo navideño para toda la vida.

Para brindar estos regalos, no se requiere de una fecha conmemorativa y ellos tendrán un impacto a largo plazo, ya que además de ser obsequio preciado, se convertirán en herramientas que utilizarán frente a las diferentes circunstancias que tengan que afrontar. En una época de consumo, el respeto, el afecto y el amor son regalos que “cuesta mucho” compartir, resultando más difícil otorgar tiempo para escuchar, para sostener, para contener y dar lugar a las necesidades y dudas de nuestros hijos, pero el proveerles de estas herramientas les posibilitan adquirir otros regalos de mayor valía a lo largo de sus vidas. Por ejemplo, resolver problemas por sí mismos, mantener una relación cercana con sus propios padres, desarrollar empatía por allegados y amistades e incluso, elegir relaciones de pareja cálidas y posteriormente, también mostrarse interesados y amorosos con sus futuros hijos, cuando les corresponda ser padres sí así lo desean.


Un niño logrará sobrevivir sin un juguete comprado, siempre y cuando cuente con la suficiente protección y se desenvuelva en un ambiente amoroso. Al contar con ello, consiguen arreglárselas para jugar aún y ante la ausencia de un “artefacto” puesto que el afecto que los padres le proveen posibilita el desarrollo de habilidades para convertir una caja de cartón en un palacio, en una casa, en una nave o en un escondite en el que pueden imaginar, divertirse, generar historias y recuerdos que perdurarán para toda la vida.

  • 30 may 2019
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 8 mar 2020

"A veces necesitamos a alguien que esté ahí.

No para arreglar algo en particular

sino para sentirnos queridos y contenidos”.

Anónimo

Estamos inmersos en medio de una cultura en la cual el valor está en producir y agotar los recursos al máximo, no importando si son recursos materiales o humanos, enfocándose en ser ganadores y en los líderes del mañana, incluso, a acosta de pasar por encima de los demás. Se deja al otro desvalido y desvalorizado, sin embargo, esto también deja como consecuencia en la soledad a todo sujeto enfocado o concentrado en obtener ese “éxito”.


La difícil tarea de acompañar

Difícilmente se hace comunidad. Algunos grupos o subculturas aparecen, pero en oposición de otros grupos que, entre sí, buscan aniquilarse dejando al sujeto en la soledad y en medio de discursos de odio y miedo. Bajo estas condiciones existe una fuerte dificultad para acompañar y acompañarse de otros, imposibilita escuchar y respetar lo diferente. No es de extrañarse que la depresión haya aumentado en los últimos años, siendo un padecimiento característico de las ciudades industrializadas.


Además de cuestiones externas que dificultan el acompañar, existen situaciones personales que complican el que logremos prestarnos a escuchar a los demás, esto puede ser desde la rutina diarias, el ritmo de vida, los quehaceres, las responsabilidades en general, que son argumentos bastante reales y lógicos. Sin embargo, también hay otras cosas más internas, por ejemplo, estamos más listos para la competencia, que para prestarnos para escuchar las diferencias, el dolor de los demás, los triunfos de otros, los desacuerdos, etc. Igualmente, el escuchar genera angustia, una angustia que mueve lo profundo de nuestro ser, remueve recuerdos. Escuchar-nos reta a cuestionarnos, dado que pone a prueba nuestra experiencia frente a determinado problema, puesto que dicha experiencia en muchas de las ocasiones puede resultar de poca ayuda para otra persona: otra persona con otras circunstancias, otros recursos, otras experiencias y caminos, con otro mundo interno.


La difícil tarea de acompañar

En muchas ocasiones hemos visto, vivido o ejercido el abandono frente a una situación complicada. Ante esto hay que preguntarnos los porqués de estas reacciones. Como se mencionó anteriormente, la depresión se ha tornado un padecimiento característico de la actualidad, así como también los suicidios han ido en incremento en los últimos años, un factor relacionado puede estar en la falta de acompañar y escuchar. Sin embargo, cuando hablamos de estas dos situaciones (depresión y suicidio), nos pone de frente con la muerte, un tema que desde luego puede resultar angustiante y dicha angustia genera que adoptemos distintas posturas para defendernos de la misma desde evadir, huir por miedo, mantener una actitud de incomprensión o buscar callar a quien sufre de tristeza ya sea a través de devaluar la circunstancia que le duele, aconsejarle en un intento de que la persona cambie de “mentalidad” : “¡no estés triste!”, “¡hay que echarle ganas!”.


Si logramos identificar complicaciones para lograr escuchar a los demás o a nosotros mismos, es necesario acudir con atención profesional. El escuchar y acompañar sin un juicio de por medio refleja madurez para responsabilizarnos de lo que sentimos y para aceptar al otro individual y diferente, así como también transmite confianza en que la persona a quien se escucha logrará sobreponerse a lo que le acontece. Tal vez el escuchar(nos) y acompañar facilite el paso de muchos problemas emocionales y sociales que actualmente nos aquejan.

  • 30 may 2019
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 8 mar 2020


Uno de los motivos más recurrentes en las dificultades en la interacción, radica en la complicación para asumir errores y realizar cambios en la actitud y comportamientos personales. Esto no es ajeno a los conflictos de pareja. Es común que durante discusiones o diferencias de opinión aparezca la frase de justificación: “¡así soy yo!”. Dicha frase (¡así soy yo!), se finca como un muro en el cual se obliga al otro a aceptar incondicionalmente los errores, defectos, costumbres y también de forma grave, cualquier tipo de agresión y reacciones emocionales emitidas por parte de uno de los miembros de la pareja, o incluso de ambos.


Así soy yo, ¡Cambia tú!

Expresiones como: “¡así soy yo!”, “¡así me conociste!” o “si quieres estar conmigo, ¡tienes que soportarlo!”, obstruyen cualquier oportunidad para escuchar las peticiones de la pareja y sobre todo, destruye cualquier posibilidad para lograr la comprensión de nuestro pasado y por ende, las oportunidades para mejorar en el ámbito personal. Cada integrante de la pareja posee diferentes experiencias e historias, sucesos que los constituyen de forma individual en las que posteriormente con lo vivido por el otro, vienen a crear para ambos una nueva historia. Existen situaciones y temas que desde inicio no pueden ser modificadas (aún y cuando se deseen), como lo son: el pasado, las decisiones (con equivocaciones o aciertos), situaciones familiares, si los integrantes de la pareja ya tienen hijos. Igualmente, existen ideas y actividades que tampoco debemos buscar cambiar, tales como ideas religiosas y políticas, forma de administrar el tiempo libre y el dinero, actividades recreativas y laborales. Los temas anteriormente descritos forman parte de nuestra identidad.


Sin embargo, al referirnos al “¡así soy yo!” no se relaciona con defender nuestra identidad, sino que se hace alusión a esa búsqueda de imponer toda nuestra subjetividad a la pareja y por lo tanto, tiene un sentido de control sobre el otro (háblese de cónyuge, pareja novia o novio), y este sentido violento lo podemos detectar en las siguientes situaciones:


  • Cuando esta frase aparece de forma temeraria expresando enojo, dejando de lado los sentimientos de la pareja, por ejemplo: suelen aparecer frases como “así es mi carácter”, “así me conociste”, “así soy yo” como justificación a arranques de ira o expresiones de agresión verbal o física.

  • Cuando nos enfocamos en devaluar la opinión del otro.

  • Al justificar nuestros errores dejando de lado el diálogo.

  • Cuando buscamos que la pareja se adapte a nuestras exigencias y hostilidades.

  • Cuando buscamos que el otro realice o deje de realizar actividades, por ejemplo: restringir relaciones interpersonales a causa de celos, utilizando la justificación “¡así soy yo!”.


Las manifestaciones antes descritas pueden llegar a encubrir miedos e inseguridades, aunque por otro lado, son oportunidades para dirigirlas al crecimiento personal y la modificación de nuestras reacciones. La invitación es, pasar de la frase “¡así soy yo!” a dialogar para llegar a acuerdos, alcanzar el autoconocimiento y asumir la responsabilidad de nuestras acciones y de la capacidad para disfrutar de la relación de pareja. La invitación es para reflexionar y con ello lograr cambiar el sentido de la frase “¡así soy yo!” que encierra un contenido de “excusa” a un “¡así soy yo!” con un sentido de comprensión de lo que nos ocurre, de lo que sentimos y hemos vivido.

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