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Artículos sobre Ayuda Psicológica

Actualizado: 8 mar 2020

“A México lo imagino más bien como a un paciente de terapia intensiva, no necesariamente de una edad específica; puede ser un niño, puede ser un adulto, pero lo importante es que está muy necesitado de alivios” - Juan Villoro

El día 4 de octubre en el Ecatepec en el estado de México se dio a conocer una historia que horrorizó a la comunidad debido a que se detuvo a una pareja la cual transportaba una carriola con restos humanos, restos que pertenecían a mujeres. Más aún, despertó la indignación después que se filtrara el video de una parte de la entrevista realizada por las autoridades a “Juan Carlos N” y los motivos que brindó para realizar tales actos. No entraremos en detalles para hablar o analizar este caso en específico o de un posible diagnóstico de esta persona, sin embargo, tomaremos dos elementos que aparecen en el relato de “Juan Carlos N” y que creo son los que han provocado emociones y posturas ambivalentes del público hacia este sujeto: por un lado, se encuentra una parte del relato de la historia de su infancia y por otro lado, la falta de empatía y la brutalidad al realizar los asesinatos.


Con respecto a la falta de empatía, no es la intención dar un diagnóstico a este caso, pero, así como se habla de depresión, tenemos que hablar de psicopatía. Existen diferentes términos que también se utilizan o que varían dependiendo de la teoría del comportamiento que la sustenta y de características directas de lo sujetos (por ejemplo, la edad). En la literatura lo encontramos como psicopatía, trastorno antisocial, trastorno del comportamiento y trastorno disocial (estos dos últimos se utiliza en menores de edad), siendo estos diagnósticos los relacionados con este tipo de crímenes, aunque las personas que presentan esta sintomatología no siempre llegan a cometer delitos. No obstante, sí demuestran una marcada falta de empatía, carecen de remordimiento y de capacidad para respetar los derechos de los demás, poseen baja tolerancia a la frustración, evidencian impulsividad y tienden a ser manipuladores.


En México han existido diversos e innumerables casos, actos y delitos realizados por personas con estas características. Me atrevo a decir (como ya anteriormente lo mencionó el psicólogo Robert Hare) que este tipo de particularidades está presente en personas que incurren en violencia familiar, feminicidios y homicidios, pandillerismo, lesiones graves, violaciones, fraudes, en algunos casos de acoso escolar, etc. Desafortunadamente para nosotros, en nuestro país venimos cargando con problemas graves de crimen organizado, grupos delictivos y cárteles (por cierto, también con partidos políticos) que le da cabida a este tipo de sujetos con estas características de personalidad para llevar a cabo acciones atroces para amedrentar a la población y a grupos rivales. Aquí más que hacer énfasis en las particularidades de estos sujetos, es plantearnos qué es lo que genera que alguien desarrolle estas características, siendo Juan Carlos N quien nos da un punto que se relaciona con la génesis de esta situación: la crianza en la infancia.


Me es importante puntualizar que en ninguna circunstancia se debe de justificar las conductas y delitos que cometió Juan Carlos N, sin embargo, la historia que relata acerca de su infancia nos brinda un panorama de las consecuencias graves que genera el maltrato, el abandono y la violencia en los infantes, ya que estos factores influyen (aunque no en todos los casos) en la vida posterior del niño y en la capacidad para experimentar preocupación por los demás.



Este caso está más allá de un problema familiar común, sin embargo, necesitamos madres y padres suficientemente buenos (haciendo uso del término empleado por el psicoanalista Donald W. Winnicott) ya que en la medida que un niño crezca y se desarrolle en ambiente afectivo, cálido, amoroso y con protección, aunado a límites firmes, conseguirá obtener herramientas para hacer frente los diversos problemas, conflictos y retos de la vida. Igualmente, lo lleva a respetar la vida de los demás, sentir empatía y cuidar a quienes lo rodean. Incluso, aprender a experimentar el enojo con alguien sin destruirle, expresar inconformidad cuando no está de acuerdo, dar lugar a los otros y a sus ideas, aunque estas sean diferentes de las propias; afrontar situaciones traumáticas y sobreponerse a las mismas.


Hay que recordar que en todo niño o niña (en todo humano, sin excepción) existe la agresividad, la cual de alguna manera consigue manifestarse, siendo el trabajo de los padres, tutores y posteriormente de los maestros, quienes tienen la responsabilidad de contener estas emociones y su vez posibilitar a los menores de canalizarlas de forma asertiva, por lo que es importante atender las siguientes puntualizaciones y recomendaciones.


Es necesario estar al pendiente de cómo nuestros hijos (alumnos, sobrinas, etc.) canalizan la agresividad y si alguna vez han provocado daños físicos a terceros, por ejemplo, a compañeros de escuela, maestros, hermanos y mascotas.


Todos por error o sin intención podemos llegar a dañar, sin embargo, hay que observar cual es la reacción de nuestro hijo ante dicho daño: ¿existe culpa? ¿desea reparar? ¿tiene tristeza? ¿denota alegría? Es en la presencia de estas respuestas en las que podemos diferenciar si existe o error o se actuó por impulso, que esta sería una situación para atender de forma inmediata.


Un síntoma grave es que el niño no juegue, principalmente desde temprana edad. Cabe puntualizar que, en púberes o preadolescentes, dejan algunas conductas de juego, pero continúan con diferentes.


El lograr soportar con firmeza los embates y el reto de los menores, lo que no significa ser indulgentes. Es sumamente desgastante y cansado lograrlo, eso es un hecho que no se puede evitar. Si por alguna razón, las reacciones de los niños generan una irritabilidad “insoportable” en los padres, se requiere de ayuda profesional, no hay que olvidar que como padres estamos atravesados por la historia, la educación y la infancia personal, factores que pueden dificultar o facilitar el lograr con esta ardua tarea.


Crecer en un ambiente afectuoso en el que reciba protección, le facilita al niño o la niña sentirse acompañado, desarrollar confianza en quienes lo cuidan y posteriormente en sí mismo. Finalmente, esto trae como resultado que respete, proteja y cuide de los demás.

Actualizado: 8 mar 2020

¿Con alma, vida y corazón? Violencia, identidad y fútbol

“Mi pasión por el fútbol es irremediablemente alcohólica, porque creo que es muy difícil ser aficionado al fútbol y no tener un grado de adicción un tanto enferma. Me gusta mucho la palabra italiana “tifoso” porque habla de la enfermedad del futbol; comienzas a organizar tu vida en función de los partidos, piensas todo el tiempo en ellos… Mi visión sobre el fútbol está contaminada con todo lo que he leído, efectivamente con mi padre que fue filósofo y porque él me llevaba a los estadios”.


- Juan Villoro.



Hace ya unos días ocurrió un suceso estremecedor en nuestra localidad previo al clásico regiomontano en el que integrantes de las barras bravas locales participaron en una riña con resultados graves. Este tipo de incidentes se han venido presentado de forma reiterada en los últimos años en diferentes ciudades, eventos en los que precisamente se han visto involucradas las barras o grupos de seguidores de fútbol, motivo por el cual en la actualidad se han tomado “medidas de seguridad” realizado una persecución a este tipo de grupos con la finalidad de terminar con las demostraciones de violencia. Dicha reacción social ante el evento también tiene un monto de hostilidad, incluso, me atrevo a decir que hasta en algunos casos, se le persigue con tanta saña como con las que los mismos rijosos actuaron.


Precisamente es en este punto en el habría que preguntarnos si éste es el origen de la violencia o es una expresión adicional de un malestar que poseemos, que está presente de forma tangible y que, sin embargo, no le reconocemos y mucho menos nos hacemos responsables. En la escena de dicha confrontación aparecen golpes, pedradas y un atropello. Incidencias que en realidad ocurren a diario y en contextos distintos al deporte: automovilistas arrollando ciclistas y peatones, vecinos peleando por estacionamiento y volumen a altas horas de la noche; riñas por pandillerismo, acoso escolar, asesinatos por crimen organizado, alza en feminicidios y un interminable y desolador: etcétera, etcétera.


Regresando al tema central del fútbol y la violencia. Entonces, ¿qué es lo que se juega para el aficionado del fútbol que produce tanto enojo con la pérdida? Porque pareciera que hay más que un balón en disputa, tres puntos o un campeonato por conseguir, pareciera que es la propia identidad, la del jugador número 12 la que se encuentra en disputa o en peligro de extinguirse. Una muestra de cómo es que la identidad está en juego en este conflicto, lo podemos ver después de cada participación de la selección mexicana de fútbol en los mundiales. Generalmente y posterior a una derrota o eliminación, afloran un sin número de calificativos (regularmente en tono despectivo), con una crítica severa a todo lo que en apariencia implica “ser mexicano”: “jugamos como nunca, pero perdimos como siempre”, “no tenemos disciplina”, “tenemos problemas de mentalidad”, “físicamente no poseemos condiciones para competir con los europeos”, “no se invierte en el deporte”, “no se invierte en educación”, “México es un país corrupto”, existiendo un sin fin de comentarios en los que nos comparamos con otras naciones y de frases que como eslabones continúan hasta llegar a hacer mención de las consecuencias de lo que se perdió por la conquista española, demostrando una identidad devaluada.


De la misma manera, esto ocurre con cada aficionado (en mayor o menor medida) de los equipos de fútbol locales.


Definitivamente, el fútbol (como muchas otras actividades) refleja los colores, los tonos, las muestras de triunfo, los sin sabores, la identidad y los síntomas culturales de la región donde se práctica, de allí que el deporte no queda exento de manifestaciones de violencia presentes en nuestro país: ¡no es el deporte! ¡Somos nosotros! Es por ello por lo que el desglose y en el análisis de cada factor que interviene en los actos vandálicos y de violencia, encontramos una parte de la verdad, una verdad que es multifactorial y que denota una postura de intolerancia y de búsqueda de aniquilar o anular al otro, condiciones que también aparecen en varias problemáticas actuales y que nos aquejan desde hace muchos años.


Es de llamar la atención que también todas estas causas de la violencia son identificadas afuera, en un tercero al cual ahora, se le persigue. Sin embargo, en este acto participamos los equipos locales, los medios de comunicación, los encargados de la seguridad pública, los padres y las madres, los vecinos, las aficionadas, los aficionados, las barras, todos. Es una manifestación más (sin que deje de ser por ello, importante) de un malestar cultural y social del que estamos inmersos y aún nos resulta difícil hacernos cargo, apareciendo ahora el fútbol como pretexto para ejercer la violencia.


Se puede disfrutar y hasta cierto grado sufrir por un partido, dado quienes lo practican (o practicamos) verdaderamente nos reencontramos con partes de nuestra identidad, la cual formamos desde temprana edad. Sin embargo, se torna turbio cuando nos encontramos atrapados en la aniquilación de nuestra personalidad y de paso, en la aniquilación de la identidad del otro, cuando pasamos de la rivalidad en la cancha o durante los 90 minutos a la rivalidad en el trabajo, con el vecino, con el hermano, la tía, la pareja. Hay que analizar y cuestionarnos si nuestra identidad queda disuelta en el equipo a seguir: no es malo disfrutar del triunfo del equipo favorito, sino en qué medida el triunfo o la pérdida, nos lleven a experimentar como si fuera una pérdida real para uno como aficionado. Es momento detenerse a pensar e identificar cuando:

  • Me produce demasiado dolor o tristeza la derrota de mi equipo de preferencia.

  • Cuando hay expresiones de agresión ganen o pierdan.

  • Si me he involucrado en disputas con familiares o amigos por estos hechos.

  • Si existe constante irritabilidad al ver o practicar el deporte.

  • Cuando he abandonado mis responsabilidades familiares y laborales a causa del fútbol.

Finalmente, este suceso debe de permitirnos abrirnos y plantearnos preguntas desde lo individual hasta lo colectivo, con la finalidad de hacer movimientos con el objetivo de hacer un alto para pensar, antes de llegar al acto y con ello estar atentos y advertidos del enojo personal.

Actualizado: 8 mar 2020



El Machismo: máscara de inseguridad y desconsuelo

En una sociedad que poco a poco ha cuestionado los estereotipos tanto del hombre como de la mujer resalta al machismo como insostenible siendo una lápida pesada para cualquier hombre o persona que busque mantenerla ya que el machismo es un espejismo inalcanzable que deja al descubierto una masculinidad frágil y una fisura importante en la salud mental de muchos hombres.

Debido al machismo, el hombre se ha perdido de momentos gratificantes en diferentes lugares, desde el ejercer como padre presente y amante, hasta como hermano o amigo comprensivo y afectivo. También en el aspecto sentimental de pareja, cómo reconocer y disfrutar el crecimiento personal y laboral de su compañera. El machismo ha impuesto alcanzar un valor personal como hombre a través de la demostración de fuerza, valentía y capacidad para ejercer el control sobre los otros y de cualquier situación. Sin embargo, ¿este nivel es posible de alcanzar? La respuesta es no.


El machismo: máscara de inseguridad y desconsuelo

Esta meta irrealizable ubica al hombre en dos polos dentro del machismo: uno al extremo de la violencia y el otro, a quien lo sufre al ser un objetivo inalcanzable, que al final de cuentas demuestra la vulnerabilidad del hombre y del macho. Un ejemplo de ello se puede observar en el "piropo callejero" (agresiones verbales hacia la mujer), donde se presenta la escena en la que se necesita del grupo para reafirmar un supuesto poder sobre las mujeres. Pero habría que preguntarse por qué la necesidad del grupo, pareciera que el acto no solo es dirigido hacia las mujeres, sino también a la mirada de la manada, mirada que reafirma y que encubre una enorme inseguridad y sensación de soledad, como diciendo "tal vez no somos machos, pero sí muchos".

En otro polo, el machismo aparece como un gigante voraz, como un padre al cual no se le puede fallar y en consecuencia produce tristeza, siendo una losa difícil de cargar. El detalle radica en que el machismo, no tolera la menor falta hacia ello y ante cualquier frustración o incumplimiento de lo dictado por lo que culturalmente “debe de ser un varón”, aparece la sensación de no ser "suficientemente hombre" o de insatisfacción. Es terrible cuando se tiene que demostrar la valía por medio de la fuerza física y no se cuenta con condiciones anatómicas para ello. ¿Qué nos queda a los que no tenemos características de “macho alfa, lomo plateado”? ¿Qué nos espera para aquellos que no sabemos de mecánica? ¿Y si no practico algún deporte? ¿Qué sucede cuando no tenemos el conocimiento para arreglar descomposturas o utilizar herramientas? ¿O si no se tiene la solvencia económica para sostener a la esposa? ¿Qué pasa si no soy el líder de mi familia? ¿Cómo asumir la sensación de miedo ante los problemas, si el hombre tiene que ser valiente? ¿Y si tengo ganas de llorar?

Como podemos ver, en el machismo no solamente se pone en duda la potencia y la capacidad frente a la mujer, sino también ante la mirada de los demás hombres. No está de más decir que la mirada estructura la sujeto y sin ésta quedamos a la deriva.

Muchas pueden ser las preguntas formuladas, cuestionamientos que nos deben de orientar a replantearnos nuevas formas de masculinidad, donde se busque crear nuevos lugares para el hombre y darse valor de otra forma y, por ende, a todo lo diferente, ya que el machismo impide al hombre asumirse como un ser vulnerable, lo que de forma irónica genera mayor fragilidad dado que obliga al macho a quedarse sólo frente al conflicto y mudo ante la tristeza.

Si por alguna razón nos hemos identificado con alguna de las preguntas o ejemplos antes mencionados, es momento de acudir a psicoterapia (por no decir que es urgente) para reconstruir la autoimagen, la estima y encontrar los roles de los que se puede obtener satisfacción y orgullo al llevarlos a cabo.

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