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Artículos sobre Ayuda Psicológica

Actualizado: 8 mar 2020

"A veces necesitamos a alguien que esté ahí.

No para arreglar algo en particular

sino para sentirnos queridos y contenidos”.

Anónimo

Estamos inmersos en medio de una cultura en la cual el valor está en producir y agotar los recursos al máximo, no importando si son recursos materiales o humanos, enfocándose en ser ganadores y en los líderes del mañana, incluso, a acosta de pasar por encima de los demás. Se deja al otro desvalido y desvalorizado, sin embargo, esto también deja como consecuencia en la soledad a todo sujeto enfocado o concentrado en obtener ese “éxito”.


La difícil tarea de acompañar

Difícilmente se hace comunidad. Algunos grupos o subculturas aparecen, pero en oposición de otros grupos que, entre sí, buscan aniquilarse dejando al sujeto en la soledad y en medio de discursos de odio y miedo. Bajo estas condiciones existe una fuerte dificultad para acompañar y acompañarse de otros, imposibilita escuchar y respetar lo diferente. No es de extrañarse que la depresión haya aumentado en los últimos años, siendo un padecimiento característico de las ciudades industrializadas.


Además de cuestiones externas que dificultan el acompañar, existen situaciones personales que complican el que logremos prestarnos a escuchar a los demás, esto puede ser desde la rutina diarias, el ritmo de vida, los quehaceres, las responsabilidades en general, que son argumentos bastante reales y lógicos. Sin embargo, también hay otras cosas más internas, por ejemplo, estamos más listos para la competencia, que para prestarnos para escuchar las diferencias, el dolor de los demás, los triunfos de otros, los desacuerdos, etc. Igualmente, el escuchar genera angustia, una angustia que mueve lo profundo de nuestro ser, remueve recuerdos. Escuchar-nos reta a cuestionarnos, dado que pone a prueba nuestra experiencia frente a determinado problema, puesto que dicha experiencia en muchas de las ocasiones puede resultar de poca ayuda para otra persona: otra persona con otras circunstancias, otros recursos, otras experiencias y caminos, con otro mundo interno.


La difícil tarea de acompañar

En muchas ocasiones hemos visto, vivido o ejercido el abandono frente a una situación complicada. Ante esto hay que preguntarnos los porqués de estas reacciones. Como se mencionó anteriormente, la depresión se ha tornado un padecimiento característico de la actualidad, así como también los suicidios han ido en incremento en los últimos años, un factor relacionado puede estar en la falta de acompañar y escuchar. Sin embargo, cuando hablamos de estas dos situaciones (depresión y suicidio), nos pone de frente con la muerte, un tema que desde luego puede resultar angustiante y dicha angustia genera que adoptemos distintas posturas para defendernos de la misma desde evadir, huir por miedo, mantener una actitud de incomprensión o buscar callar a quien sufre de tristeza ya sea a través de devaluar la circunstancia que le duele, aconsejarle en un intento de que la persona cambie de “mentalidad” : “¡no estés triste!”, “¡hay que echarle ganas!”.


Si logramos identificar complicaciones para lograr escuchar a los demás o a nosotros mismos, es necesario acudir con atención profesional. El escuchar y acompañar sin un juicio de por medio refleja madurez para responsabilizarnos de lo que sentimos y para aceptar al otro individual y diferente, así como también transmite confianza en que la persona a quien se escucha logrará sobreponerse a lo que le acontece. Tal vez el escuchar(nos) y acompañar facilite el paso de muchos problemas emocionales y sociales que actualmente nos aquejan.

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Actualizado: 8 mar 2020


Uno de los motivos más recurrentes en las dificultades en la interacción, radica en la complicación para asumir errores y realizar cambios en la actitud y comportamientos personales. Esto no es ajeno a los conflictos de pareja. Es común que durante discusiones o diferencias de opinión aparezca la frase de justificación: “¡así soy yo!”. Dicha frase (¡así soy yo!), se finca como un muro en el cual se obliga al otro a aceptar incondicionalmente los errores, defectos, costumbres y también de forma grave, cualquier tipo de agresión y reacciones emocionales emitidas por parte de uno de los miembros de la pareja, o incluso de ambos.


Así soy yo, ¡Cambia tú!

Expresiones como: “¡así soy yo!”, “¡así me conociste!” o “si quieres estar conmigo, ¡tienes que soportarlo!”, obstruyen cualquier oportunidad para escuchar las peticiones de la pareja y sobre todo, destruye cualquier posibilidad para lograr la comprensión de nuestro pasado y por ende, las oportunidades para mejorar en el ámbito personal. Cada integrante de la pareja posee diferentes experiencias e historias, sucesos que los constituyen de forma individual en las que posteriormente con lo vivido por el otro, vienen a crear para ambos una nueva historia. Existen situaciones y temas que desde inicio no pueden ser modificadas (aún y cuando se deseen), como lo son: el pasado, las decisiones (con equivocaciones o aciertos), situaciones familiares, si los integrantes de la pareja ya tienen hijos. Igualmente, existen ideas y actividades que tampoco debemos buscar cambiar, tales como ideas religiosas y políticas, forma de administrar el tiempo libre y el dinero, actividades recreativas y laborales. Los temas anteriormente descritos forman parte de nuestra identidad.


Sin embargo, al referirnos al “¡así soy yo!” no se relaciona con defender nuestra identidad, sino que se hace alusión a esa búsqueda de imponer toda nuestra subjetividad a la pareja y por lo tanto, tiene un sentido de control sobre el otro (háblese de cónyuge, pareja novia o novio), y este sentido violento lo podemos detectar en las siguientes situaciones:


  • Cuando esta frase aparece de forma temeraria expresando enojo, dejando de lado los sentimientos de la pareja, por ejemplo: suelen aparecer frases como “así es mi carácter”, “así me conociste”, “así soy yo” como justificación a arranques de ira o expresiones de agresión verbal o física.

  • Cuando nos enfocamos en devaluar la opinión del otro.

  • Al justificar nuestros errores dejando de lado el diálogo.

  • Cuando buscamos que la pareja se adapte a nuestras exigencias y hostilidades.

  • Cuando buscamos que el otro realice o deje de realizar actividades, por ejemplo: restringir relaciones interpersonales a causa de celos, utilizando la justificación “¡así soy yo!”.


Las manifestaciones antes descritas pueden llegar a encubrir miedos e inseguridades, aunque por otro lado, son oportunidades para dirigirlas al crecimiento personal y la modificación de nuestras reacciones. La invitación es, pasar de la frase “¡así soy yo!” a dialogar para llegar a acuerdos, alcanzar el autoconocimiento y asumir la responsabilidad de nuestras acciones y de la capacidad para disfrutar de la relación de pareja. La invitación es para reflexionar y con ello lograr cambiar el sentido de la frase “¡así soy yo!” que encierra un contenido de “excusa” a un “¡así soy yo!” con un sentido de comprensión de lo que nos ocurre, de lo que sentimos y hemos vivido.

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Actualizado: 8 mar 2020

“A México lo imagino más bien como a un paciente de terapia intensiva, no necesariamente de una edad específica; puede ser un niño, puede ser un adulto, pero lo importante es que está muy necesitado de alivios” - Juan Villoro

El día 4 de octubre en el Ecatepec en el estado de México se dio a conocer una historia que horrorizó a la comunidad debido a que se detuvo a una pareja la cual transportaba una carriola con restos humanos, restos que pertenecían a mujeres. Más aún, despertó la indignación después que se filtrara el video de una parte de la entrevista realizada por las autoridades a “Juan Carlos N” y los motivos que brindó para realizar tales actos. No entraremos en detalles para hablar o analizar este caso en específico o de un posible diagnóstico de esta persona, sin embargo, tomaremos dos elementos que aparecen en el relato de “Juan Carlos N” y que creo son los que han provocado emociones y posturas ambivalentes del público hacia este sujeto: por un lado, se encuentra una parte del relato de la historia de su infancia y por otro lado, la falta de empatía y la brutalidad al realizar los asesinatos.


Con respecto a la falta de empatía, no es la intención dar un diagnóstico a este caso, pero, así como se habla de depresión, tenemos que hablar de psicopatía. Existen diferentes términos que también se utilizan o que varían dependiendo de la teoría del comportamiento que la sustenta y de características directas de lo sujetos (por ejemplo, la edad). En la literatura lo encontramos como psicopatía, trastorno antisocial, trastorno del comportamiento y trastorno disocial (estos dos últimos se utiliza en menores de edad), siendo estos diagnósticos los relacionados con este tipo de crímenes, aunque las personas que presentan esta sintomatología no siempre llegan a cometer delitos. No obstante, sí demuestran una marcada falta de empatía, carecen de remordimiento y de capacidad para respetar los derechos de los demás, poseen baja tolerancia a la frustración, evidencian impulsividad y tienden a ser manipuladores.


En México han existido diversos e innumerables casos, actos y delitos realizados por personas con estas características. Me atrevo a decir (como ya anteriormente lo mencionó el psicólogo Robert Hare) que este tipo de particularidades está presente en personas que incurren en violencia familiar, feminicidios y homicidios, pandillerismo, lesiones graves, violaciones, fraudes, en algunos casos de acoso escolar, etc. Desafortunadamente para nosotros, en nuestro país venimos cargando con problemas graves de crimen organizado, grupos delictivos y cárteles (por cierto, también con partidos políticos) que le da cabida a este tipo de sujetos con estas características de personalidad para llevar a cabo acciones atroces para amedrentar a la población y a grupos rivales. Aquí más que hacer énfasis en las particularidades de estos sujetos, es plantearnos qué es lo que genera que alguien desarrolle estas características, siendo Juan Carlos N quien nos da un punto que se relaciona con la génesis de esta situación: la crianza en la infancia.


Me es importante puntualizar que en ninguna circunstancia se debe de justificar las conductas y delitos que cometió Juan Carlos N, sin embargo, la historia que relata acerca de su infancia nos brinda un panorama de las consecuencias graves que genera el maltrato, el abandono y la violencia en los infantes, ya que estos factores influyen (aunque no en todos los casos) en la vida posterior del niño y en la capacidad para experimentar preocupación por los demás.



Este caso está más allá de un problema familiar común, sin embargo, necesitamos madres y padres suficientemente buenos (haciendo uso del término empleado por el psicoanalista Donald W. Winnicott) ya que en la medida que un niño crezca y se desarrolle en ambiente afectivo, cálido, amoroso y con protección, aunado a límites firmes, conseguirá obtener herramientas para hacer frente los diversos problemas, conflictos y retos de la vida. Igualmente, lo lleva a respetar la vida de los demás, sentir empatía y cuidar a quienes lo rodean. Incluso, aprender a experimentar el enojo con alguien sin destruirle, expresar inconformidad cuando no está de acuerdo, dar lugar a los otros y a sus ideas, aunque estas sean diferentes de las propias; afrontar situaciones traumáticas y sobreponerse a las mismas.


Hay que recordar que en todo niño o niña (en todo humano, sin excepción) existe la agresividad, la cual de alguna manera consigue manifestarse, siendo el trabajo de los padres, tutores y posteriormente de los maestros, quienes tienen la responsabilidad de contener estas emociones y su vez posibilitar a los menores de canalizarlas de forma asertiva, por lo que es importante atender las siguientes puntualizaciones y recomendaciones.


Es necesario estar al pendiente de cómo nuestros hijos (alumnos, sobrinas, etc.) canalizan la agresividad y si alguna vez han provocado daños físicos a terceros, por ejemplo, a compañeros de escuela, maestros, hermanos y mascotas.


Todos por error o sin intención podemos llegar a dañar, sin embargo, hay que observar cual es la reacción de nuestro hijo ante dicho daño: ¿existe culpa? ¿desea reparar? ¿tiene tristeza? ¿denota alegría? Es en la presencia de estas respuestas en las que podemos diferenciar si existe o error o se actuó por impulso, que esta sería una situación para atender de forma inmediata.


Un síntoma grave es que el niño no juegue, principalmente desde temprana edad. Cabe puntualizar que, en púberes o preadolescentes, dejan algunas conductas de juego, pero continúan con diferentes.


El lograr soportar con firmeza los embates y el reto de los menores, lo que no significa ser indulgentes. Es sumamente desgastante y cansado lograrlo, eso es un hecho que no se puede evitar. Si por alguna razón, las reacciones de los niños generan una irritabilidad “insoportable” en los padres, se requiere de ayuda profesional, no hay que olvidar que como padres estamos atravesados por la historia, la educación y la infancia personal, factores que pueden dificultar o facilitar el lograr con esta ardua tarea.


Crecer en un ambiente afectuoso en el que reciba protección, le facilita al niño o la niña sentirse acompañado, desarrollar confianza en quienes lo cuidan y posteriormente en sí mismo. Finalmente, esto trae como resultado que respete, proteja y cuide de los demás.

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